Puta influencer
Dentro de todas mis situaciones angustiantes, cuando pierdo
el celular ha sido una de la más terribles. Cuando he perdido o me han quitado
mi celular, he sentido que pierdo clientes, que pierdo mi herramienta
fundamental para trabajar. No trabajo en la calle, así que no se me hace fácil
salir a una esquina a ofrecerme sin necesitar mi whatsapp. Mis clientes me
piden fotos, tengo ciber-clientes que me transfieren a la Cuenta Rut para que
les envíe mis videos porno caseros. A
todos ellos y esos videos los pierdo en esos días que estoy sin celular. Por
suerte no cuesta conseguir uno. Todo el mundo tiene. Hace poco me regalaron un
celular luego de que me vieran peleando en la calle con alguien que me rompía
el teléfono como acto de venganza (esa persona sabía que rompía mi herramienta
laboral). Lo que más me jodía esa tarde era que de un momento a otro ya no
tenía cómo conectarme a internet. Me regalaron uno porque así se lo expliqué al
trabajador de un café que me protegió de más violencia. Por suerte era un
trabajador que empatizaba con mi trabajo y con la urgencia que tenemos de
dinero cuando eres pobre en Santiago de Chile.
Mis clientes están acostumbrados a que cambie de teléfono.
No recupero el número; solo me compro otro chip en la cuneta. Chip a luka y
actualizo mis redes sociales. Mi blog (el blog de Camilo) es lo primero que
actualizo con el número de turno. Luego Instagram, Facebook y las publicaciones
en las páginas web para escort gays.
Puede ser cierto que la hipermediatidad que generan las
redes sociales espante clientela cuando se trata de una prostitución discreta
en una sociedad tan pacata y heteronormada. Sin embargo, generar contenidos que
se viralicen como solo en internet se viralizan las cosas toma mucha
importancia cuando es contenido negado y criminalizado: la libertad de hacer
con tu cuerpo lo que desees, en este caso, cobrar por sexo.
Instagram me ha parecido una escuela digital de trabajo
sexual contemporáneo. Las putas feministas estamos en la web no solo captando
clientes (que es nuestra principal preocupación, sino no hay comida), sino que
también reivindicando nuestra visibilidad en un mundo que nos quiere
arrinconadas en la oscuridad, serviles pero ocultas, silenciosas, obedientes.
Una puta contestataria no es la antítesis de la puta, sino
que es otra forma de prostitución. Y en tiempos de redes sociales, una ciber-puta
es una puta contestataria. Parte de nuestro ciber-activismo, de mi activismo
tanto en la CUDS como en Emputesidas, es viralizar
escandalosamente lo que una como puta piensa. Lo que deseamos y hacemos.
Nuestras estéticas y voces como virus seductores de la web.
Esto me constituye como una puta influencer. Dar consejos por Instagram, ofrecer servicios y
responder preguntas en las historias. Una insolencia además porque todas estas
redes sociales no dan cabida al trabajo sexual. Hasta Tumblr que estaba
transformándose en una nueva plataforma porno, tuvo que re-configurar su
normativa para prohibir explícitamente pornografía y prostitución. Así también
con Instagram que entre sus prohibiciones tiene explicitada la prohibición a
ofrecer servicios sexuales. Nos eliminan imágenes, videos, nos reportan y nos
bloquean las cuentas. Muchas veces me han inhabilitado cuentas y he tenido que
aprender a hacer circular mi trabajo de forma más sutil e implícita. En Grindr
me han reportado las veces suficiente como para ya no usar la palabra servicios, dinero, puto, efectivo etcteras
abundantes. Y es que también les usuaries de internet, tanto de Grindr como de
Instagram, Facebook… son usuarios-policia. Consumidor-inspector.
Por lo mismo, por ese régimen de ciber-control que se
ejerce en esta sociedad digital, gracias a la placentera trampa de internet, el
trabajo sexual en el “digimundo” tiene gran potencial subversivo. Pienso en
Digimon cuando pienso en nostras. Porque tampoco somos la versión vip ni
atlética de la ciberprostitucion. No tenemos conflictos con las cueroas atléticas,
pero claramente monstruos no son. Nosotras si. Somos digimones. Habitamos la
digitalidad con nuestros desbordes que pueden calentar mucho, pero también
espantar bastante. Y no solo al esperable nucleo familiar hetero, sino que
también a nuestras mismas compañeras putas de la discreción y a bastantes
sectores de la diversidad sexual. Pues el feminismo no se queda atrás con su
digimonsterfobia. Sin embargo, en el caso del feminismo abolicionista, mas que
odio, es un discurso, una convicción política, un fundamento ideologico estar
en contra del trabajo sexual y luchar porque desaparezca. Todas estamos
encontra de los abusos y violaciones sexuales. Nadie de nosotras defiende el
trafico de cuerpos, la tortura sin consenso y que se exploten sexualmente a
niñxs.
Pero las feministas abolicionistas siguen vinculándonos con
la injusta trata de personas para argumentar su postura. Insisten en que las
mujeres que son putas no tienen la capacidad de disernimiento ni de decidir.
Aun que habemos muchas putas reivindicando desde nuestras cuerpas putas todo
esto que llamamos trabajo sexual (cibernético o no), siguen enunciándose desde
la distancia acomodada y victimizante para decir no a la prostitución. Una de
las cosas que mas escucho decir a estas feministas de la colonización es que la
mujer es explotada, que repoduce el machismo y es complice/victima (pónganse de
acuerdo) del patriarcado ya que sigue manteniendo la lógica donde la mujer es
la sirvienta y el hombre el consumidor.
La insolencia de la ciberprostitucion en moemntos donde las
redes sociales dan un vuelco a lo familiar y antiporno(antitrabajo sexual, es
un pornoatentado. Las pedagogías putas de Instagram, las historias con
ofrecimientos de pack y videos xxx, los tips para volverse una ciberputa en menos
de 5 minutos, la hiperviralizacion a pesar de las normativas antiprostitucion
de Instagram, por ejemplo, configuran esta ciberprostitucion como un bastion de
la lucha feminista prosexo y no solo como un mero trabajo de escritorio y
cam-web.
¿esta siendo higienizada la prostitución con la variante
virtual de nuestra labor? Quizás, una vez más, los medios de comunicación y la
sociedad “profre” quieran blanquear grupos sociales que parecen contener
bastante subversión y desborde, ya que no es tan peligroso “apañar” a las putas
de la calle. Es hasta “cool” apañar a las putas de internet que no tienen
contacto sexual con sus ciber-clientes. Nosotras, las ciberputas feministas
debemos estar alerta ante esta configuración que se esta armando. El obolicionismo
es una cosa, el espectáculo es otro, y el espectáculo chilensis siempre creara
jerarquías. Nosotras no. Somos todas colegas. Los formatos no son
condicionantes, cinluso, para unirnos en una misma lucha: exigir que se nos
reconozca como trabajadorxs en este país que nos consume pero no nos legitima
como sujetxs de derechos.
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