Sexo y lacrimogenas





Cada vez vemos más pornografía autogestionada, local y politizada circulando en la web. Ya no es solo la pagina xxx la que hace circular estos contenidos de porno minimal-pobre, sino también las propias estrategias de viralización virtual de cada usuarix de internet. Twitter sigue permitiendo contenido porno y ha sido una de las redes sociales más usadas por quienes vendemos packs de contenido xxx, pero también por las nuevas generaciones que desarrollan una relación más pública y menos privada con el deseo de ver y hacer pornografía.

La experiencia exhibicionista con nuestra sexualidad tiene mucho potencial subversivo al no estar sujeta a un mercado machista, sino al criterio de cada quién decida grabarse. Las singularidades suelen subvertir el orden impuesto de las cosas, y en la producción de contenido porno, estas singularidades han permitido generar nociones menos industrializadas, menos patriarcales y más experimentales. Hacer porno hoy en día es proponer deseos y fantasías, interrumpir las normas eróticas y resignificar nuevos códigos de la excitación sexual.

De los videos que vendo en mis packs, la masturbación ha sido lo que más han comprado. Me piden que muestre rostro, principalmente y la presencia de semen, por lo general, sin embargo, la masturbación anal también ha sido muy solicitada. Me gusta imaginar juegos ante la cámara y repensar los juguetes sexuales. Las verduras, por ejemplo, han sido posibilidades entretenidas. Una vez vi un video de un chico penetrando la mitad de una sandia. Lo vi varias veces y en todas me excitaba mucho. Quise hacer lo mismo con otras frutas y verduras. Es la gracia de hacer porno autogestionado y ofrecerlo a la “clientela flotante”. Proponerles ver algo que me calienta hacer, mientras me auto-propongo también experimentar con mis masturbaciones.

Me gusta pensarme como una fabricadora de porno minimal-pobre. Me refiero con “porno minimal-pobre” a la estética marginal de un porno sin HD y que resignifica como postura política la utilización de los recursos precarios. Hacer de la pobreza una estética minimal, pero no tan solo por pobres, sino también por abortar esa lógica neoliberal de riqueza y éxito. Quiero que sea una experiencia placentera cada vez que deba crear nuevos contenidos xxx y no una obligación que solo tenga qué ver con lo que el cliente quiera ver. Así es para muchas trabajadoras sexuales virtuales que han sido mis referentes en pornografía autogestionada. No es porno para competir en alguna industria, es porno para irrumpir en los espacios que no se legitima la pornografía como arte ni como trabajo sexual. Pues muchas de nosotras reivindicamos la pornografía desde la creatividad y ya no como un estimulo culposo y oculto para alcanzar el orgasmo.

No creemos tan solo en el poder orgásmico de la pornografía, también la hemos repensado como una herramienta revolucionaria. Así surgió el post-porno en los 90 con Annie Sprinkle, una actriz porno de EE.UU. que decidió volverse creadora y no solo interprete de películas porno, subvirtiendo así no tan solo los mecanismos de producción, sino también el contenido de tales producciones. Fue con ella que se comenzó a reivindicar la figura de la mujer penetradora en los imaginarios xxx de la época y a desafiar las normas de una industria dominada por hombres. Luego se desarrolló una movida post-porno en Barcelona en los 2000, la que se viralizó hasta Chile y yo recuerdo lo primero que vi de post-porno gracias a ese oleaje. Era el 2011 y el documental post-porno “Mi sexualidad es una creación artística” de la activista feminista Lucía Egaña -chilena erradicada en España- me abrió una perversa posibilidad de hacer del porno algo más que una exitosa masturbación. También podíamos hacer de la experiencia porno un laboratorio en continua experimentación. Sin relatos lineales, sin historias cronológicas, sin formas que podrían ser fácilmente reconocidas como “erotizantes”. Muchas veces el asco también es parte de ese porno experimental que propone el post-porno. Así lo comprendí también durante los espectáculos de Hija de Perra con Irina la Loca. Hacer que los códigos porno se difuminen entre lo real y lo ficticio, entre lo privado y lo publico, entre el vomito y la eyaculación. Todo sea por un perverso afán de desconfigurar las nociones heteronormadas que se nos adoctrinó con la industria pornográfica convencional y con la (des)educación sexual que nos impuso el patriarcado.

Somos la pornografía peligrosa. Llamémosla porno feminista y/o porno kuir y/o post-porno, pero en el fondo tiene qué con pornografía peligrosa. ¿Peligrosa para quiénes? Son los códigos heteronormados del imaginario porno lo que corre peligro con nuestras creaciones artísticas de lo porno. Corre peligro la tradición prohibicionista del imaginario sexual hegemónico. El patriarcado corre peligro y su capitalismo que todo lo absorbe. Y como sabemos que este capitalismo todo lo absorbe, nuestra pornografía peligrosa debe ir siempre en debacle de las normas establecidas. Por eso es importante la singularidad del porno autogestionado, que primen las subjetividades y se reflexione a partir de nuestros propios orgasmos, del cruce cibernético con lxs clientxs, de esas inquietudes al momento de ver porno y cómo nos gustaría cada proceso, cada metodología de creación. Estamos viviendo una sociedad de las imágenes, somos una civilización pornográfica y nuestra revolución tiene qué ver con tomarnos esas herramientas multimediales y transformarlas, romperlas, invertirlas, deformarlas, darle nuevos pliegues y hacerlo circular. Quizás entre tanto orgasmo, más de algún video de porno autogestionado genere revueltas en alguna cama, en algún rincón viscoso de la ciudad. Me gusta pensar nuestro porno peligroso como un porno que busca provocar estallidos lúbricos y sociales, sobre todo sociales.




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