Fobia a la familia
Reunirse la noche del 24 de
Diciembre. Llenar la mesa de comida, comida y más comida. Un hermoso árbol
navideño –ya de plástico, menos mal- muy decorado, ojalá hasta la sobrecarga de
todo lo que sea posible en tanto pueda lucirse muy bien hacia la calle. No
montar luces navideñas es la peor forma de manifestar la falta del “espíritu
navideño”. Los niños como blanco perfecto para una fecha que vende más que
varios días del año sumados. Los niños como el epicentro de la navidad: sus sonrisas
taradas, sus ilusiones con un anciano obeso, la obsesión de sus regalos, una
tiernucha competencia por el mejor juguete. El niño Jesús ha nacido y tres
caballeros místicos viajan para regalarle cosas muy caras de la época. Los
niños tienen un ejemplo milenario y la navidad lo sabe muy bien. Las madres
decorando la casa, limpiándola muy bien; decorando cada rincón, cada centímetro
con verdes, rojos, luces, brillos, botitas, imitaciones del invierno
primermundista mientras afuera los 30 grados derriten chocolatitos en forma de
papá Noel. Los padres orgullosos del orden domestico depositando su capital en
cada gasto navideño, ojalá muy caro o muy bonito, pero que achique en medio de
la jungla materialista cristiana. Porque se supone que es una fiesta cristiana.
Le tengo fobia a la familia. A la
familia tradicionalmente conocida –jerarquizada- le tengo una especie de nausea
y me parece bastante aburridora. Todo lo que tenga relación con esa figura de
lo familiar me parece bastante siútico y meloso. Las fechas que se dedican a la
familia con su discursillo emocionalista, peor que tarjeta escolar, me dan
hasta pudor. Me parece de un pésimo gusto la sobrevaloración sentimental que se
le da a la familia, más aun en cada maldita navidad. La familia familia familia
familia. Todos quieren una familia. Los homosexuales quieren casarse y adoptar
niños o perros o gatos y pájaros y sentir que tienen su familia. Y quienes no
se quieren casar, también quieren tener su familia, esa versión “moderna” tan
aburridora como la tradicional.
Entonces el 25 y un collage de
imágenes con una virgen pariendo a un niño gordo de barba blanca en medio de un
bosque lleno de pinos con tres magos dejando sus regalos bajo el decorado
arbolito con nieve, escarchas angelicales y trompetitas de querubines
vigilantes. Todos los niños son Jesús y corren felices a abrir sus paquetes.
Entonces otra visión y esta el anciano obeso con esos niños encerrado pasándole
cada paquetito a cambio de una agarradita y el “jo jo jo” mientras otra visión
me muestra al flaco Jesús ya adulto muy herido sobre la mesa y cada integrante
de mi familia sirviéndose un trocito de su cuerpo que se vuelve feto, luego
adulto y feto y adulto a cada rato.
Le tengo fobia a la familia. La
Navidad me causa vergüenza ajena y su doble moral me da risa, nerviosa y
asquienta. Jamás me ha interesado “reunirme en fechas especiales con los seres
queridos”; prefiero salir a drogarme y tener sexo como cualquier noche de
verano…porque recuerden que estamos en verano. O dormir y esperar ansioso la
noche de final de año y observar desde otro nivel cómo una tropa de buenitos
familiares hermosea la fiesta que ha generado esa mentira mejor pagada y más
duradera de la historia.
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