NIÑO DEPREDADOR Parte 2 (novela de autoficcion inedita, 2012)

 





UNO

Mi conejo alado quiere esconderse luego y no salir más que de tanto miedo ya no recuerda cómo volar y siente inútil sus plumas a la espalda sólo siente la respiración ansiosa que lo persigue que lo mira a la distancia yendo tan veloz saltando tan alto para cazarlo y desplumarlo dislocando toda articulación. Mi conejo gime mientras corre y se esconde por breves momentos pero nada lo cubre por completo y siente cada vez más próxima esa respiración hambrienta no halla escondite que albergue su temor y apenas logra mover sus alas las plumas van cayendo en el camino no logra no sabe cómo volar brinca de roca en roca no quiere sentirse acorralado pero el sitio se cierra cada vez más y la luz va perdiéndose entre los árboles que interrumpen la fuga de mi conejo alado que ya solloza y altera sus nervios y pierde todas las plumas que guían aún más al depredador y ya parece sentir los dientes en sus patas traseras ese calor entrándole por detrás acortando su corrida deteniendo su palpito entre plumas teñidas y árboles gigantes sin la suficiente luz para ver si quiera quién lo devora sólo viendo un poco más allá el albergue perfecto para sanarse del miedo mientras las garras ahora lo despojan del resto de la piel y su desangramiento ahogándole la última bocanada de aire a ras de suelo enlodado entre babas y pelos y garras y dientes y huesos y gemidos y llantos y un peso tan ajeno que vuelca y deforma a mi conejo alado que no aprende que ya ni recuerda cómo correr cómo saltar que ya no recuerda a qué temía por qué corría y el ultimo latido y el ultimo querer escabullirse se le pierde entre un trozo de cielo negro.


DOS

Quieres que te llamen por tu nombre, aunque sea un exceso y suene ridículo, quieres que se justifique esa absurda elección de tus padres. Firmar así todo lo que escribas. Salir a la calle satisfecho por lo que lleves en tu cabeza y creer que de algo te servirá tanto esfuerzo intelectual. Haber sido un buen alumno y el mejor de tus hermanos. El nieto ejemplar y ahora volver a ser toda esa referencia. Quieres retornar a tu nombre compuesto. Levantarte temprano y mirar al espejo, sentir que te gustas así de renovado, tan parecido a tu padre y ordenado como siempre ha dicho el zodiaco sobre tu signo. Sin resistencias, sin más porfías, quieres retomar algún sueño adolescente que dejaste perdido con el paso del tiempo. Y con tu nombre encabalgado, quieres entrar a estudiar todo lo que has querido desde niño. Que te conozcan así nada más. Que nadie sepa cuánto te costó cortar y pegar el nombre para hacerlo más bonito. Lo nauseabundo que te resultaba pronunciarlo porque simplemente nunca escogiste tenerlo. Quieres olvidar toda esa trizadura y hacerte creer junto a otros que te gustas más sin mí, limpiecito y honesto. Quieres ser mejor que yo, tener más que yo y poder interesarles más que yo; pero sabes que sólo mi nombre suena mejor que el tuyo en los oídos de más personas. Que me olviden y aplaudan tus logros. Un trabajo nuevo que te permita ahorrar y recibir un sueldo mejor que el mío. Quieres que te quiera uno solo y tú poder quererlo sólo a él también. Salir menos a bailar, drogarte menos también y llegar siempre a tu casa. Quieres llevarte bien con tus padres. Darles el orgullo que siempre esperaron. Que te lean.  Borrar mi nombre de tus cuadernos y que te lean. Ojalá olvidarte tú también de mí y convencerte de lo lindo de tu nombrecito compuesto. Convencerte a la fuerza, contra tu real voluntad y adherírtelo a la frente sin mas consultas. Quieres traicionarte. Quieres abandonar el trote desobediente que teníamos juntos y caminar como siempre te dijeron que debías caminar. Que otros te hablen y te conversen sin pausas. Que sean tu música y no dejen pausas para oírme. Quieres desligarte para siempre de mí, pero en el fondo y, aunque intentes ignorarlo, sabes que dependes de mí tanto y más que yo de ti. Te gusta más que nada en el mundo la pronunciación de mi nombre. Cuando duermes, cuando contestas el teléfono, cuando sales a bailar  mi nombre es tu mejor canción. Aun así quieres borrarme de tus historias, sin embargo sabes muy bien que al borrarme ya no tendrás nada más que contar.  


TRES

 El dormitorio de la Lidia sigue tal cual como lo recuerdo. Quizás el orden de las cosas ha cambiado un poco, pero después de tanto tiempo, las paredes continúan llenas de fotos como siempre las vi. Tengo todas las edades que alcancé a vivir acá. Hay algunas nuevas que seguramente las reveló después que me fui. Su dormitorio es un collage de mis primeros seis años. Me ofrece una tasa de ulpo y yo le digo que la misma cantidad de azúcar de siempre. Me dice que no lo olvida y lo dice sonriendo, ligera, tomando la tetera como si flotara en el aire a pesar de los años que ya carga aunque sepa camuflarlos. Eso siempre me gustó de la Lidia. Mirarla mientras se maquillaba era lo que más me gustaba junto con dormir en su cama. Verla detallar cada línea en sus ojos grandes y mezclar los colores en sus parpados. Recostarme a su lado cuando dormía una siesta y mirarla en silencio. Sentir el perfume que nunca ha dejado de usar y quedarme dormido con ese olor como el más tranquilizante de los aromas. Las sabanas y todo en la cama olían a ella. Era sumergirme en el agua mas tibia y dulce cuando llegaba el momento de dormir, siempre con ella al lado, siempre con su perfume  asegurándome que era ella y nadie más. Mi mamá usa el mismo perfume desde que nos fuimos a Santiago. En ese momento no sabía por qué comenzó a hacerlo, pero ahora es lógico que quiso reemplazar a la Lidia, que quiso parecerse lo más posible para que yo la extrañara menos. También creo que lo hiso para que yo la comenzara a querer más. La Lidia odia Santiago. Me lo está diciendo en este momento. Se sienta a pintarse las uñas y yo como del ulpo que después de tanto tiempo ella y solo ella sabe cómo hacer para que me guste. Se las pinta del mismo color de siempre. A mí también me gusta el morado. Me dice que Santiago nos cambió a todos, que yo ya no la quiero como antes. Su perfume es más fuerte que el olor del esmalte. Me mira a ratos y sigue diciendo que apenas la llamo para saber cómo está, que antes yo era capaz de llorar hasta cansarme cuando veníamos a visitarla y debíamos regresar a Santiago. Yo daba vuelta las mesas, tiraba los platos, quebraba las copas en el suelo, gritaba como si me desgarrara la garganta que me quería quedar con ella, que Santiago no me gustaba y que nadie más que ella era mi mamá. Siempre supe quién era realmente mi madre, pero en un principio me agradaba la idea de tener más de una, sin embargo, el día antes de irnos por primera vez a Santiago la Lidia  me confesó que sólo era mi abuela. Fue la única vez que me lo dijo. Nunca le ha gustado ese titulo. Siempre mintió diciendo que mi mamá era su hermana menor y que yo era su único hijo. Se cambiaba de nombre cuando salía con sus amigos en las noches. Recuerdo que una vez  le pregunté sobre su verdadera edad y por qué le mentía a otras personas sobre su nombre, entonces, mientras se encrespaba las pestañas con una cucharita, ella me dijo que el nombre que nos ponen al nacer no es más verdadero que el que nosotros nos ponemos por nuestra propia cuenta. Respecto a la edad, hasta el día de hoy tengo mis dudas. Recuerdo también que luego de su confesión, le pidió a mi mamá que me dejara un tiempo más acá. Yo supuse que así iba a ser, así que quise dormirme para luego amanecer sabiendo que aún no era mi tiempo de vivir en Santiago. Recuerdo que esa noche dormí tan pegado a la Lidia que soñé con ella en una playa desconocida, ambos corríamos de la mano muy contentos y de repente veíamos a mi mamá con mi papá ahogándose en el mar, gritando por ayuda sin que nosotros hiciéramos nada y seguíamos corriendo por toda la orilla como si nada más importara. Al despertar, habían varios bolsos armados con ropa mía en su interior. Tardaron muchas horas para que yo me calmara y les costó hacerme subir al bus. La Lidia sólo me hacia señas desde afuera y yo recuerdo que apenas me quedaban fuerzas para seguir llorando mientras la veía cada vez más pequeña. Ahora me dice que mi papá me arrebató de su lado por puro egoísmo y miedo a que yo me convirtiera en todo lo que más detestaba. Yo le digo que aun así me convertí en todo eso y que podría haber sido una ciudad más lejana que Santiago y sin embargo me habría convertido en lo que él más ha odiado. Con la Lidia hemos sido cómplices en el odio y la tristeza. Cada vez que la visito nos ponemos a recordar los mismo hechos agregándole distintas escenas. Ella tiene mejor memoria que yo. Es mucho más sensible y cada vez que conversamos sobre ese tiempo termina llorando descontroladamente. Ha dejado de pintarse las uñas. En realidad le faltaron tres dedos, pero no puede continuar con tanta pena que revive. Le pregunto si termino yo por pintárselas. Apenas puede hablar y logro entender que sí. Después de todo es lo mínimo que debo hacer por ella. La Lidia fue quien me recibió en el hospital cuando nací. El parto se retrasó varios días y tuvieron que hospitalizarme mientras mi mamá, muy joven y frágil, reposaba en la casa. La Lidia fue la primera que me cargó luego de las enfermeras. Se recuesta en su cama y me pasa la mano incompleta. Nunca he tenido buen pulso para esto, menos ahora que tiemblo de verla tan triste después de tanto tiempo. Intenta calmarse y yo no se qué más conversarle. No quiero que llore más. La ultima uña es la que mejor le dejo pintada y luego comienzo a pintar las mías. Ella se ríe. Se echa viento en las manos y se ríe. Le digo no se pintarme las uñas, pero que el color me gusta mucho. Me dice que es cuestión de práctica nomás. Entonces toma ella el esmalte y me comienza a pintar las que me faltan. Lo hace lentamente sin salirse del espacio. Me pregunta por cuánto tiempo me quedaré. No quería que me lo preguntara. Siento que no quiero volver a Santiago, pero a la vez extraño mucho estar allá. Le digo que nos olvidemos un rato de Santiago y que me quedaré un tiempo con ella. Me pinta cada vez más rápido las uñas sin salirse de ellas. Me mira en silencio y sé que esta adivinando mis problemas y el motivo de esta visita. La Lidia sabe escucharme y no es necesario contarle todo para que sepa lo que me ocurre. Esta no es la excepción y me dice que vayamos a la playa a conversar. Termino por echarme viento en las manos y le asiento con la cabeza. Me dice que no hay nada mejor que la brisa en invierno para despejarse. Se retoca el maquillaje y yo agarro mis cigarrillos. Inhalo profundamente y logro convencerme una vez más que sólo ella sabe escucharme. Asegura la puerta al salir y al igual que antes me toma la mano. Tenemos las uñas del mismo color y después de tanto tiempo vuelvo a visitar la playa junto a la Lidia.


CUATRO

El trastorno de identidad disociativo  es el resultado de una falla en la integración de varios aspectos de la identidad, la memoria y la conciencia, en donde, cada personalidad que posee el individuo se vive con un nombre, imagen, historia personal e identidad distintos. Hay una personalidad primaria que corresponde a la identidad verdadera del sujeto, la que se caracteriza por ser pasiva, dependiente, culpable y depresiva, en cambio, las demás personalidades en general poseen nombres y rasgos que contrastan con la personalidad real del individuo.La etiología de este trastorno no es lo suficientemente específica aún, y quizás nunca logre serlo, pero está asociada principalmente a traumas infantiles, en especial, del tipo de las agresiones sexuales, así como también diversos estudios sugieren que este trastorno es más frecuente en los parientes de primer grado de los individuos que lo padecen que en la población en general. Esta patología se diagnostica 3 a 9 veces más frecuentemente en las mujeres que en los hombres, y son estas quienes tienden a presentar más identidades en comparación al género masculino.


CINCO

Que se calle. Ya van a llegar. Llora tanto y se limpia poco. Me van a castigar. En vez de lavarse, insiste que me va a acusar y me culpa de todo. Que se calle. Aún huele mal. Parece un recién nacido, parezco su mamá limpiándole un pañal. Dice que le duele. Sé que le gustó. Yo no lo obligué. Repite que le duele. Llora porque ya no sólo es café, llora porque se tiñe de rojo. El olor es peor cada vez que se mete al baño. No para. Entra y sale. Vuelve a entrar. Me dice que en el baño mancha más con rojo. Prefiero que el cloro decolore todo. Antes que se enteren, prefiero gastar el perfume. Ya van a llegar. Me dice que le arde. Le gustó y se queja tanto. No puede acusarme. Lo hacia como vimos en la película. Mi polera preferida tendré que quemarla. Ya van a llegar. El olor no se va. No quiero abrir las ventanas. Llora tan fuerte que los vecinos se pueden enterar. Pero aún no se mete a la ducha. Dice que el agua le arde más. Ya no deja que lo limpie. Ya no quiere nada. Se echa sobre la cama. Hasta las sabanas tendré que quemar. Se darán cuenta. Tendría que quemar las alfombras también, pero sería aún más sospechoso. El detergente me raspa, pero ya no tengo olor. Ya van allegar. Al fin detiene el llanto. Qué dirán por tanto alboroto. Se le nota el llanto, se le nota el dolor. Huele aún todo mal. El cloro se mezcló con todo. Y vienen en camino. Le digo que no me acuse, que no le conviene. No me responde. Que para la próxima seré más suave, que no comeremos antes. Que si me acusa, nunca más lo haremos. Pero sigue callado. Qué diré. No me creerán nada. Todo parece un basural. Las moscas. Hay mucha evidencia. Oigo los pasos. Mejor me pongo a ver tele. Está callado en el dormitorio. Abro las ventanas, ellos abren la puerta; pero entran sin preguntar nada. Me miran frente al televisor y entran a su dormitorio. Sólo les dice que otra vez comió muchas manzanas con sal.


SEIS

Nuestro ritual para comernos de a poco. Adueñarnos en cada mordisco el uno del otro. Es como si justo al presionar su piel entre mis dientes, toda la rabia se me inflamara en las venas. Mancharme la boca de su tibieza, cada musculo endurecido, cada entrada mucho más abierta, más húmeda. Tenerte todo el tiempo contra mis dientes. Saborear hasta cansarme y volver a saborear más tarde. Que se mantenga siempre esperando mi hambre. Que me mire suplicando otra marca, otra forma de volvernos uno solo. Esta vez no dejarnos ni una separación. Y que él me pruebe. Pasarle mi boca y que sepa llenarse de mí. Poco a poco que llene de mí su hambre. Estar adictos a nuestro sabor. Mordernos cada noche un lugar distinto. Volver a ser uno. Entrar más aún el uno en el otro. Es como si abriéramos la cicatriz de ambos y de alguna extraña forma volver a unirlas. Compartir por dentro todo el fluido. Circulando la misma sangre. Descomponiéndose lo que nos sobre y así continuar con nuestro ritual para comernos de a poco.


SIETE

Yo sería incapaz de escribirte una carta, papá, y sin embargo creo que ya lo estoy haciendo. Sería incapaz de confesarte a la cara todo esto que me impulsa, que me llena de ideas, que me ha convertido poco a poco en lo que tú quizás siempre sospechaste. No tuve nunca la valentía de encerrarte en mi dormitorio como la victima perfecta ni de clavarte las miles de armas que imaginé tantas veces. Que no me quisieras de la misma forma en que la quisiste a ella. Que sólo tuviera que conformarme con breves olfateos y arriesgados espionajes. Lamerte habría sido tan fácil muchas veces, pero ella siempre estuvo para impedirlo. Yo creo que siempre lo supo y me vio como su peor contrincante. Quizás temía ver en ti, papá, la sola ocurrencia de meterte a mi cama y probar conmigo lo que con ella habría sido imposible. Pero insistías con ella todas las noches sin siquiera pensar en mi desesperación al oírlos, en mi angustia al verlos sin poder siquiera tocarte un poco mientras lo hacían. Y mi cariño hacia ti comenzó lentamente a experimentar otras sensaciones. Te quise tanto que varias noches rogué presenciar la separación más violenta entre ustedes dos para luego correr yo a consolarte. Que me dijeran lo mucho que me parecía a ti sólo fue útil cuando me encerraba frente a un espejo. Que me dijeran lo creativo que resulté ser sólo fue útil cuando me vi sin más que tu olor como posibilidad. De niño que soñé con llegar al día de confesarte todo esto. Como así muchos se confiesan ante Dios, hacerlo yo ante ti, pero sin esperar ni perdón ni clemencia. De niño que imaginé el momento de tenerte cara a cara y poder enseñarte todo el amor que guardé noche tras noche. Esperé tanto que no sólo se me manchó el amor contigo, sino que también ya es inútil tenerte cara a cara. Es inútil confesarte si quiera esto en vos baja al oído. Es inútil tu presencia. Tenerte así de inerte sólo sirve para mi única satisfacción: ella te ha perdido para siempre y sufre como jamás imaginé verla sufrir. Poco a poco serás la descomposición. Comenzarás a oler mal, dejarás de ser el mejor oxigeno. Ni ella querrá más tu olor, ni contenerte en sus rincones ni atraparte en su cabello. Así quizás he logrado la satisfacción que nunca logré en tus brazos, papá. No aprendí nunca a compartir el cariño en casa, sin embargo, este vacío que dejas en ella y en mí es fácil compartirlo. Aprender a perderte es más fácil cuando no sólo soy yo quien te pierde. Te llevas todo lo que yo más quise y a ella no le dejas nada.

 

OCHO

-Deberías preocuparte.

-Deberías cambiar el jueguito. A mí al menos, ya me está aburriendo.

La Marce está sentada junto a mi hermana. Siempre he creído que se parecen mucho. Por eso es mi mejor amiga. Todas mis mejores amigas se han parecido a mi hermana en cierto modo. Pero la Marce es casi la gemela mayor.

-Una cosa es que te cambies el nombre con tus clientes, pero ya muy distinto es con nosotras. Incluso puede ser entretenido con los chicos de las discos. Quizás tu hermana y yo podamos seguirte el juego para reírnos mientras bailamos.

-Pero ya estás hasta negando tu carné de identidad.

Ellas son todo lo contrario a mi mamá. Son capaces de insistir en algo que creen aunque sepan que el resto no las quiere oír. Se esmeran en gestualizar y modular muy bien. No les importa convencer en el fondo, sino que el resto sepa lo que creen. Son seductoras al hablar. Yo siempre he creído que hasta convencer no se les hace difícil. Las dos mueven mucho las manos. Yo siempre me he pegado en sus manos. Tienen los dedos iguales de largos y puntiagudos. Se pintan las uñas tan bien que parecen postizas. El delineado de los ojos es perfecto. Las dos usan el mismo delineado muy marcado y negro. Son dos gatas de boca muy roja.

-Vimos que lo escondiste en tu botín.

- Sino hubiera sido por la buena onda del portero, no entramos. Y yo creo que no tiene sentido que hasta al portero le mientas.

-¿También le mentirás a un paco cuando te haga control de identidad?

Son el doble opuesto de mi mamá. Son como la Lidia. Cuando estén viejas serán igual a la Lidia. Quizás hasta ellas recurran a cambiarse el nombre, la edad, el estado civil, si son o no madres y todo eso que yo aprendí de la Lidia. Son de las que se maquillan hasta para ir a comprar el pan. Todos son posibles pretendientes. Y así como pueden conquistar tan fácilmente, suelen ser las más descarnadas a la hora del contrataque. Tienen ese aire violento y seductor. Se han armado así. Han tenido que moldearse por obligación más que por capricho, creo yo. Es la única forma que les parece mejor porque han sabido sentirse cómodas y satisfechas con el molde que eligieron.

-Así espantaste a tu último pololito. Tanto te habló de su parada libertina y poética, pero ya ves que hasta a él le asustó el juego de los nombres.

-Y así será con el próximo. No creo que se trate de una amplitud mental. Más bien yo creo que lo tuyo es un problema mental.

Pueden burlarse y luego reírse con la hostilidad más perversa, pero aun así me parecen hermosas. Yo hubiera querido que mi mamá siguiera así. La Marce es como mi mamá cuando yo era niño. Cuando mi mamá trabajaba muy maquillada, de ropa breve y siempre traía olor a café. Cuando se reía de todo el mundo y se pintaba las uñas a mi lado igual que la Lidia. Mi hermana se parece a esa época de mi mamá. Pero sólo algunas logran resistir en el molde que eligen cuando les quieren dar otra forma. Mi mamá fue una figura de yeso que alguien tiró al suelo y luego de quebrarla trató de darle una forma muy distinta a la original. Yo estoy seguro que ni la Marce ni mi hermana lo permitirían. Ellas tienen la autosuficiencia de la Lidia.

-No creo que un psicólogo sea la solución. A mí también me carga ser paciente de esos tipos. Creo que es una cuestión de voluntad que reordenes tu juego.

-Después de todo, no eres un esquizofrénico con trastorno de personalidad.

-Dame un cigarro.

-Fumemos las dos de este, no hay más.

Hasta para fumar son parecidas. En eso nos parecemos los tres realmente. Quisiera parecerme a ellas en más cosas. A veces me veo como mi mamá es ahora. Me paro enfrente a ella y siento que respiramos al mismo ritmo. Temo que hasta la trizadura, luego de caer al suelo, se nos marcó de la misma forma en el yeso. Pero yo ya no quiero ser como mi mamá. Temo la similitud. Hasta los dolores nos aquejan de la misma forma.


NUEVE

Podríamos volver a pegarnos de una forma más entretenida, Josecarlo. Bastaría con encabalgarnos. Entrarte por atrás y sentir toda esa tibieza que tenemos en común. Yo sé que en el fondo quieres al igual que yo volver a estar unidos, pero te da miedo y lo comprendo. Entonces yo creo que montarnos sería una buena forma para continuar juntos por siempre. ¿Has visto a los perros cuando se pegan al aparearse? Yo quiero hacerlo de esa forma. Ni tú ni yo perderíamos más sangre. Si te preocupa el dolor, seré suave para metértelo. Si te preocupa el dolor, intentaré morderte menos. Pero tú sabes que me gusta tanto tu sabor. No quiero volver a pasar una noche sin ti. Quiero dormir y despertar sintiendo tu peso unido a mi peso y al mirarme al espejo ver tu cara junto a la mía. Sé que será un proceso entretenido volver a pegarnos. Yo ya me imagino todo lo que haremos. Debes tomarme atención y seguir al pie de la letra todo lo que yo te diga. Sabes, Josecarlo? A veces siento que me temes y no creo que sea necesario. A veces creo que algo no te gusta de mí y no me lo quieres decir. Pero tú sabes muy bien, Camilo, que la idea de unirnos cada vez se vuelve más imposible. He reflexionado bastante y no creo que debiéramos seguir intentándolo. Yo siento que así estamos bien. Podemos seguir viéndonos y haciendo todo lo que nos gusta. Ya hemos descubierto la verdad y sin nuestro padre las cosas ya se hacen más fáciles. Podremos continuar viajando y bailando todo lo que queramos. Yo escribiré nuestra historia y tú podrás ser el prostituto más visitado. ¿No crees, Camilo, que a tus clientes les desagradaría acostarse con gemelos siameses? Hay que pensarlo mucho mejor y me vas a encontrar la razón. No es miedo ya lo que me mantiene con esta idea, sino el sólo hecho de continuar cada uno con su propio camino pero cerca nada más. Imagínate lo mucho que aplaudirán mi libro, imagínate la gran cantidad de clientes que te llamarán. Eso queremos, eso hemos querido siempre y al pegarnos sólo perderemos todo. No intentes, convencerme, Josecarlo. Hablas eso por miedo y ya sabes que la cobardía me enfurece. No me gustas cuando dices esas cosas. Tú mismo me rogaste varias veces que nos uniéramos de nuevo y yo siempre intenté hacerlo menos doloroso para ti. Me estas abandonando y eso no te lo perdonaría jamás. Nos tenemos tú y yo nada más. Ni madre ni padre. Nos tenemos que acompañar como corresponde. Nos separaron sin consultarlo una vez. Entonces no me ombligues, Camilo, a pegarme a ti. Me lo has consultado y yo ya decidí. Te estas equivocando, Josecarlo. Siempre te equivocas y sólo porque te consume el miedo. Yo sé que quieres pegarte a mí porque si no lo haces, me iré lejos y ya no sabrás nada nunca más sobre mí. No me amenaces, Camilo. No te amenazo, Josecarlo. Déjame mostrarte que será lo más bello sentirnos por dentro todos los días. Yo prefiero mantenernos así como estamos. No estamos mal y presiento que juntarnos sólo traerá problemas. A qué le temes, Josecarlo? Sólo a eso que te contaba sobre mi libro y tus clientes, que siameses nadie nos querrá. Y para qué quieres que otros nos quieran si basta con querernos mutuamente. No entiendes. Si entiendo y es cobardía. Me tienes miedo, sientes que competiremos todo tiempo. No pienso eso. Ya te expliqué la razón. Tu razón no te la crees ni tú mismo. Por eso se te han ido todos. A la gente le espanta la cobardía. Nadie se ha ido de mi lado por lo que dices. Tú me has espantado a toda esa gente. No soportas verme con nadie conversar. Tú me has rogado acompañarte. Porque es cierto. Entonces deja de temblar y pégate a mí. No quiero. Sí quieres. Ven. Abrázame. Por favor comprende mis razones. Ven abrázame. Fuerte, abrázame fuerte. Por favor entiéndeme lo que digo. Más fuerte abrázame. Abrázame tú también, pero no me aprietes tanto. No tan fuerte. Abrázame fuerte. Me duelen los hombros. Abrázame más fuerte. Suéltame. Más fuerte. Suéltame. Siente los huesos. Me estas dañando. Oye los huesos. De verdad me duele mucho. Vamos a unirnos quieras o no. Suéltame. No te dejaré. Suéltame. Ya sabes quién es el fuerte aquí. Por favor. Que no se te olvide cuál es el gemelo frágil. Me duele, por favor detente. Entonces harás lo que te diga. No hagas esto. Si no me obedeces, te olvidas de mí para siempre. Por favor no hagas esto. Cállate y quítate la ropa. Qué harás. Quítatela. Qué harás. Sólo haré lo que los dos queremos. Por favor detente. Es lo mejor para ambos. No. Sí. No quiero, Camilo. Sí quieres, Josecarlo, y lo quieres ahora mismo.


DIEZ

-¿Y si uno de los dos muere?

Los gemelos en la tina están bañados en sangre. Con la poca fuerza que les queda, intentan unirse los pliegues para adherirse de una vez por todas. Esta vez no hay miedo ni dudas. Los dos están completamente decididos a coserse aunque eso significase la muerte de ambos. Porque no hay posibilidad que sólo uno sobreviva. Eso dice Camilo. Han hecho la promesa. Y Josecarlo se entrega a sus manos esperando que haya sido la mejor elección de su vida.

-Respira profundo. Has perdido más sangre que yo. Recuerda que esto sólo tiene sentido si ambos sobrevivimos.

Josecarlo apenas ve la cara de Camilo. Lo difuminado de su rostro va cada vez más disipándose. Lo ve como un fantasma deshaciéndose en el aire y no le quedan fuerzas para llorar, para abrir sus manos y atrapar el último bosquejo de su gemelo. Apenas logra temblar de desesperación, de tristeza. Tiene miedo de perder a su hermano en el aire, pero es Camilo quién teme perder a Josecarlo. Su piel parece nieve de tan fría y blanca. Los labios morados y ese temblor amenazante que se anticipa ante cualquier final. Camilo continúa cosiendo y lo hace más rápido. Presiona sus dientes para resistir el dolor que le ocasiona tal rapidez de las punzadas en los pliegues. Con un brazo sostiene el frágil cuerpo de su hermano y con la otra mano termina por unir sus heridas.

-No te puedes ir. No me puedes dejar. Nos costó tanto esto y ahora que lo logramos, no te puedes ir. Despierta, Josecarlo.

Hace un último nudo en el hilo para finalizar la costura. Sostiene el cuerpo, ya pegado al suyo, y larga la ducha. Con breves golpes en la cara, intenta despertar a su gemelo, le moja la cara, le muerde un hombro, pero nada. Camilo comienza a desesperarse y los golpes los intensifica aún más. Le muerde mucho más fuerte los hombros, el cuello, le muerde la cara y los labios también, pero nada. Lo presiona contra su cuerpo y lo abraza para esta vez darle de su calor. El agua está caliente y siente cómo por dentro comienza a circular todo el fluido en común con Josecarlo. Lo abraza con más fuerza y ya la circulación se expande por todo el cuerpo. Siente que la temperatura de su gemelo comienza a reponerse y le da el último mordisco en la boca.

-Despierta, Josecarlo. Ya somos uno.


ONCE

Mueve los pies con cuidado. Mira los míos. Sígueme el ritmo, no te apresures; si nos caemos, nos descubren. No nos costará mucho acostumbrarnos a esta nueva forma, pero hay que ser cuidadosos con cada movimiento, sino podríamos estropear la cocedura. Hablemos bajito. Ella está despertando. ¿Sientes su respiración? Su forma de amanecer se oye hasta acá, ese gemido de satisfacción al despertar es muy parecido a cuando lo hacían. Quizás esté soñando con él. La pobre tal vez aún no quiere asumir el vacío. Quizás se inventa que anda de viaje, quizás se inventa que lo tiene al lado y hasta le hable. Por suerte te tengo a ti. Por suerte nos encontramos a tiempo y supimos unirnos. Ese vacío también habría sido muy triste para mí si no me  hubiese adherido a tu cicatriz. ¿Sientes cómo murmulla? Debe estar imaginando que conversa con él. No te rías tan fuerte. Debemos ser cuidadosos si queremos lograrlo. Oye sus murmullos. Déjame acercar la oreja también. No se entiende. Debe estar enloqueciendo. Una vez la Lidia me dijo que la mejor manera de olvidar grandes penas es mentirse hasta olvidar que es mentira. Quizás salga del dormitorio y parta a la cocina a servir la misma taza de té que siempre le servía. Quizás ordene la casa antes de la hora que él siempre llegaba del trabajo, apresurada porque simplemente todo lo mejor es por para él. Entonces se sentará frente a su espejo y comenzará a delinearse el rostro con la delicadeza que tanto la identifica, no muy marcado ni colores tan fuertes porque a él siempre le gustó verla recatada ¿Oyes cómo canta de felicidad? Quizás ya olvidó que se está mintiendo.


DOCE

-¿Y si ella ya no nos quiere?

-Nuestra madre sólo tiene la opción de querernos.

-¿Y si simplemente decide lo contrario? ¿Si se asusta al vernos y arranca y nos deja solos?

-Eso no debería importarte. Hace tiempo que no dependemos de ella. Deberías saber que ahora ella depende de nosotros.

-Pero míranos. Mira esta forma. Mira cómo nos movemos. ¿Sientes cómo se mezcla todo por dentro? Ella no soportará vernos así.

- Ella debiera estar agradecida. Pudo haber muerto al tenernos y tú debieras estar odiándola en este momento en vez de asustarte por si te seguirá queriendo o no.

-Es que imagínate lo que significa tenerla sólo para nosotros. Que ya no tenga otra distracción. Sólo me da miedo perder esta única oportunidad de tenerla para mí, para los dos.

-Eres un cobarde.

-Sólo tengo un poco de miedo.

-Eso es cobardía. Yo, sin embargo, no estoy preocupado. Es más, yo creo que ella debería pedirnos perdón y rogarnos clemencia.

- Exageras.

-Ella fue quien nos dividió. Ella decidió por nosotros sin saber el sufrimiento que nos ocasionaría. Ella te quitó la posibilidad de ser feliz con nuestro padre. Ella sólo ha pensado en ella todo este tiempo.

-Por eso no quería unirme a ti.

-¿Te estas arrepintiendo?

-No. Sólo que por alguna razón dudaba en unirme a ti.

-Ándate. Corta todo y arranca. Seguramente vas a estar mejor sin mí.

-No quiero volver a esa discusión.

- Tú nunca quieres ninguna discusión. Tú nunca quieres arriesgarte. ¿Y si te digo que estás a punto de perder todo ese cariño que tanto esperaste de ella?

-…

-Dime. ¿Qué harás si te cuento que alguien mucho más fuerte que tú, que nosotros dos está recibiendo toda la atención de ella en este momento?

-…

-¿Quieres entrar a su dormitorio? ¿Quieres verlo tú mismo?

-¿De quién hablas?

-No sé. Sólo la he oído conversar con alguien. La he oído reír con esa misma persona. Él le dice mamá y ella llora en sus brazos. Mientras tú duermes, la he oído agradecerle su compañía.

-Vamos. Seguramente está con ella en este momento. Quizás ella no alucina y realmente está acompañada como tú dices.

-¿Y qué harás? Todo te da miedo ¿Qué harás si descubres que te la están arrebatando?

-…

-Vamos. Yo no me siento amenazado. Ya sabes que ella, por mí, estaría bajo tierra hace mucho tiempo. Pero vamos, quiero que lo descubramos juntos. Quizás no es como yo creo y sólo está alucinando.

-¿Y si se asusta al vernos?

Ambos se dirigen al dormitorio de la madre. Caminan en silencio y uno de los dos tiembla y detiene sus pasos. El otro no puede continuar caminando. Con su fuerza lo obliga a moverse y le toma una mano. Lo mira y le pide que se calme, que seguramente es sólo una alucinación de ella, que no la perderá. Su temblor no se va. Los ojos se le inundan y cae sobre la otra mitad, sobre su gemelo cae y le pide que lo abrace, que tiene miedo. Lo abraza y le seca con sus manos los ojos. Le dice que llorar no le servirá de nada. Lo repone y comienzan a caminar. Van de la mano, pero aun hay un temblor en la otra mitad del cuerpo. Entonces ya están frente a la puerta del dormitorio. Acercan las orejas y oyen esa conversación. Oyen que ella conversa evidentemente con alguien, que no es una alucinación y que compromete el cariño de su madre. Su temblor se agudiza y ya no quiere abrir la puerta. El otro le dice que deben descubrir quién es. Sigue temblando la otra mitad, llora y dice que ya la perdió. El otro lo abraza desde su costado izquierdo y abre la puerta. Sin más esperas ni titubeos abre la puerta y ven a la madre sentada a la orilla de la cama. La ven sonriente. La ven hermosa con su cabello suelto y colores en su rostro. Sentada con tranquilidad conversando con su nueva compañía. Entonces desde la puerta una mitad del cuerpo deja de sostenerse en pie, se enfría y comienza a temblar. El otro sólo resuelve en tomarlo y salir del dormitorio. Arrastrar su mitad hasta un rincón de la casa, sintiendo por dentro enfriarse los fluidos y la circulación cambiando su ritmo. Los gemelos no sabían que detrás de esa puerta, junto a su madre, se encontraba uno muy parecido a ellos, con otro nombre, otros recuerdos y con la clara intensión de quedarse.


TRECE

No cierres los ojos. Él quiere que te separes de mí. Él sólo busca la manera de dividirnos nuevamente porque le asusta nuestra forma. No confíes en nada de lo que te diga. Él no quiere ayudarte, no quiere ayudarnos para nada. Está obsesionado con la idea de vernos distanciados. Seguramente le da asco nuestro movimiento y pretende vernos como el resto, igual que los otros, sin siquiera saber el dolor que tendremos por dentro. Ni tú ni yo queremos volver a estar separados así que no cierres los ojos. No lo hagas. Comenzará a manipular tu mente y te obligará a transformar tus recuerdos. Te hará ver cosas que no quieres ver y le dará lo mismo porque sólo le importa su cuaderno de notas, llenarlo y llenarlo de todo lo que vayas diciéndole, de todo lo que a él se le ocurra sobre ti, sobre nosotros. Oye cómo te pregunta el nombre, oye cómo insiste en los nombres. Él lo sabe todo y si te pregunta es porque algo extraño quiere conseguir. No confíes en su voz suave, esa lentitud con que te da instrucciones no es bien intencionada. Sus palabras entran por tus oídos y te adormecerán por dentro y le dirás todo y le dirás todo lo que busca y hasta te inventará cosas y los nombres, no le digas los nombres. Mantente despierto, engáñalo, hazle creer que te tiene bajo su hipnosis, juega con su macabro interés y búrlate sin que se dé cuenta de todas esas preguntas inútiles. Te insistirá con los nombres, te insistirá sobre todo con mi nombre, pero tú desoriéntalo y no respondas lo que quiere. No lo hagas. No lo digas. No se te ocurra decir si quiera tu nombre. Ca-mi-lo-jo-sé-car. No lo digas. Hazme caso, por favor. Sólo quiere dividir. Jo-sé-car-lo. Dividirnos, sólo quiere descosernos sin importar lo mucho que sangremos, lo mucho que nos costó pegarnos y lo mucho que nos hace feliz estar así. No digas nada. Ca-mi-lo. Ca-mi. Abre los ojos, por favor, abre los ojos y arranca. Ca-mi-lo-jo-sé. No lo digas. Jo-sé-car. Mi madre me dijo así de niño y yo quería ser Camilo. No le digas eso, eso no es cierto, eso él quiere oírlo. Ca-mi-lo suena lindo, suena mejor le decía a mi mamá y ella sólo se reía y me decía Jo-sé-car-lo me decía                                  a dormir Josecarlo que mañana al colegio temprano, a dormir, buenas noches y un besito en la frente y me dormía y todo estaba oscuro y me hablaban otros me decían Camilo me decían Camilo juguemos y yo viajaba de sus manos viajaba sobre muchos arboles me caía sobre los arboles y en el suelo me decían otros nombres, a mí me gustan esos nombres y jugaba con esos nombres y me los pegaba en el cuerpo, con pintura me escribía en la piel muchos nombres y los gritaba al viento, el eco de mi voz pronunciando todos los nombres era la música del bosque                                              te está descosiendo y me duele, no lo dejes que lo haga, abre los ojos, deja de decir los nombres y abre los ojos que me duele cómo nos despega. Estamos sangrando nuevamente, me duelen los pliegues y si tú no abres los ojos yo no puedo hacer nada, ni correr ni nada. Abre los ojos, por favor y deja de decirle lo que quiere oír. Lo que quiere oír es sólo tu nombre y que te olvides de mí y seguramente a mí me llevarán lejos, a otro lugar muy lejos de ti, me encerrarán y me tratarán como un monstruo, amarrado quizás, obligándome a olvidarte, a no saber pronunciar más tu nombre. Ábrelos. Despierta. No le sigas diciendo nada. Dame la mano. Presiónate la herida o sangraremos más. Menos mal despiertas. No lo mires. No lo oigas. Déjalo que se desespere con sus notas y toda esa investigación mal intencionada suya. Vamos, corre, no me sueltes, debemos llegar a coser nuevamente nuestra herida.


CATORCE

-Usted pregunte y yo sabré si respondo.

El hombre toma su cuaderno de notas y comienza a deslizar su lápiz. Le hace un par de preguntas simples y continúa anotando. En el piso hay una mancha de sangre que se extiende desde el sillón del paciente hasta la puerta de salida. Son varios pasos marcados en esa misma dirección. El hombre se da cuenta de su distracción y le pide que intente concentrarse, que serán las últimas preguntas. Entonces a cada pregunta y respuesta se miran a los ojos y dejan una pausa de varios segundos para proseguir. Sin embargo, la sangre sigue distrayéndolo y pareciera que quiere preguntarle al respecto. El hombre detiene sus preguntas y le dice que si quiere saber algo que se lo diga.

-La mancha, doctor. Esta gran mancha de sangre. No me interesa su procedencia, sólo que debiera limpiar y borrarla. Ya comienza a tener mal olor.

El hombre le sonríe y le pregunta qué mancha. Le pide que le indique el lugar exacto de la mancha porque él no ve nada. Entonces su paciente se levanta del sillón y se acerca a su escritorio. Le arrebata el cuaderno de notas y lo tira al suelo, justo sobre la sangre. El hombre se pone de pie, pidiéndole calma. Que se siente le pide una y otra vez, que ya están a punto de finalizar y que por favor nada le distraiga.

-Yo no soy como sus gemelitos, doctor. Si ellos son sus favoritos debe ser por que le complacen en todo lo que quiere oír. Usted no ve lo que yo veo porque ese es su juego. Usted lo hace con ellos y quizás con ellos le funcione, pero no conmigo.

El hombre toma asiento y muy relajado, sacando una pequeña libretita del escritorio, comienza a tomar notas breves. Le pide nuevamente que se siente y que ya verá cómo resolver lo de la sangre, pero que se siente y le diga más sobre los gemelos, que le cuente cómo supo de ellos. Entonces se sienta nuevamente sobre el sillón y mira hacia el cuaderno que ya esta inundado de sangre, deja su mirada suspendida sobre el cuaderno y comienza a responderle.

-Toda la vida he sabido de ellos, pero nunca me ha importado relacionarme ni con Camilo ni con Josecarlo.

-¿Nunca has hablado con alguno?

No quita su mirada del cuaderno ensangrentado y sólo esboza una sonrisa. Se da una larga pausa antes de responder y respira profundamente.

-Una vez los vi. Querían entrar al dormitorio de mi madre, pero quizás no les gustó verme y huyeron sin decir nada.

-¿Qué apariencia tenían?

-La misma que usted debe conocer, doctor. Esa misma apariencia que a usted tanto le interesa y le incomoda a la vez.

-¿Cuál es esa apariencia que me incomoda?

Entonces levanta su mirada del suelo y la dirige directamente a la del hombre. Su sonrisa se evidencia aun más y se acomoda en el sillón.

-¿Qué pretende? ¿Quiere jugar a lo mismo conmigo?

-No. Sólo quiero que me lo digas, nada más.

-Usted sabe muy bien lo que le desagrada de ellos dos. A mí no me desagrada, pero me parecen un tanto miserables. Quieren creer muchas cosas y las creen a la fuerza.

-¿Es su condición física a lo que te refieres?

-Claro. Qué otra apariencia ¿O me va a negar que le incomoda verlos pegados, como un sólo cuerpo con dos cabezas y varias extremidades? ¿No le provoca repulsión que compartan cada órgano, cada deseo?

-Es que ellos no comparten los deseos, y no, no siento repulsión.

-Entonces los conoce muy bien. Sabe hasta lo que sienten, lo que piensan. Han seguido muy bien su juego, se han mostrado ante usted como dos cuerpos abiertos.

El hombre no deja de escribir en su libretilla. Son anotaciones muy breves, pero constantes.

-¿Y ellos saben quién eres tú?

-¿Y quién soy yo supuestamente, doctor? ¿Qué debieran saber?

-Dímelo tú.

-No es necesario. Usted parece estar muy enterado de todo. Incluso creo que dejó esta sangre en el suelo con algún propósito que debe tener muy claro.

-Sólo quiero que me digas una última cosa y te dejo ir, si gustas.

Deja el sillón y se acerca al escritorio. Le dice que no le servirán de nada sus anotaciones, que es una perdida de tiempo todo lo que intenta, que ya no tendrá más de lo que busca. Saca dinero de su pantalón y se lo deja encima. Le pide que lo cuente, le pide que le diga la cantidad. Entonces el hombre le dice que no le interesa ni una ganancia y le vuelve a decir que sólo quiere saber una última cosa. Entonces se lo pregunta y no recibe ninguna respuesta. Se lo vuelve a preguntar y sólo le dice que le preste su libretilla. El hombre se la pasa de inmediato y también le pasa un lápiz. Entonces en una hoja en blanco comienza a escribir una sola palabra de pocas letras, muy clara y de caligrafía perfecta, subrayándola al final. Cuando se la devuelve camina hacia la mancha de sangre y recoge el cuaderno. Lo hojea y sonríe. Lo hojea nuevamente y se lo deja encima del escritorio. La sangre le mancha el resto de los libros y comienza a esparcirse por sobre las demás cosas.

-Deje tranquilo a esos dos que están bien así de pegados. Yo sólo vine a presentarme y nada más.

El portazo deja un eco en la sala. Los pasos que se alejan detrás de la puerta mantienen al hombre expectante, por si regresa, por si se detiene o realmente continua alejándose hasta perderse afuera con los otros pasos. Luego de un momento creyó sentirlo detenerse y regresar, pero sólo fue una confusión de sonidos y realmente ya estaban más allá de todo alcance. Entonces toma su libretilla y lee lo que había escrito antes de irse. Lo lee varias veces y anota en otra hoja lo que seguramente le significaba todo lo sucedido. Cuenta el dinero y lo guarda en su billetera. Sólo esa palabra le deba vueltas ahora en su cabeza. Era un nombre, un nombre nuevo, una letra distinta, una presión del lápiz muy evidente. Lo pronuncia un par de veces y luego guarda su libretilla. “Borja”. Algo le hacia creer que iba a escuchar ese nombre algún día, ese y unos cuantos más.


F I N




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