NIÑO DEPREDADOR Parte 2 (novela de autoficcion inedita, 2012)
Mi conejo alado quiere esconderse luego y no salir más que de
tanto miedo ya no recuerda cómo volar y siente inútil sus plumas a la espalda
sólo siente la respiración ansiosa que lo persigue que lo mira a la distancia
yendo tan veloz saltando tan alto para cazarlo y desplumarlo dislocando toda
articulación. Mi conejo gime mientras corre y se esconde por breves momentos
pero nada lo cubre por completo y siente cada vez más próxima esa respiración
hambrienta no halla escondite que albergue su temor y apenas logra mover sus
alas las plumas van cayendo en el camino no logra no sabe cómo volar brinca de
roca en roca no quiere sentirse acorralado pero el sitio se cierra cada vez más
y la luz va perdiéndose entre los árboles que interrumpen la fuga de mi conejo
alado que ya solloza y altera sus nervios y pierde todas las plumas que guían
aún más al depredador y ya parece sentir los dientes en sus patas traseras ese
calor entrándole por detrás acortando su corrida deteniendo su palpito entre
plumas teñidas y árboles gigantes sin la suficiente luz para ver si quiera
quién lo devora sólo viendo un poco más allá el albergue perfecto para sanarse
del miedo mientras las garras ahora lo despojan del resto de la piel y su
desangramiento ahogándole la última bocanada de aire a ras de suelo enlodado
entre babas y pelos y garras y dientes y huesos y gemidos y llantos y un peso
tan ajeno que vuelca y deforma a mi conejo alado que no aprende que ya ni
recuerda cómo correr cómo saltar que ya no recuerda a qué temía por qué corría
y el ultimo latido y el ultimo querer escabullirse se le pierde entre un trozo
de cielo negro.
DOS
Quieres que te llamen por tu nombre, aunque sea un exceso y suene ridículo, quieres que se justifique esa absurda elección de tus padres. Firmar así todo lo que escribas. Salir a la calle satisfecho por lo que lleves en tu cabeza y creer que de algo te servirá tanto esfuerzo intelectual. Haber sido un buen alumno y el mejor de tus hermanos. El nieto ejemplar y ahora volver a ser toda esa referencia. Quieres retornar a tu nombre compuesto. Levantarte temprano y mirar al espejo, sentir que te gustas así de renovado, tan parecido a tu padre y ordenado como siempre ha dicho el zodiaco sobre tu signo. Sin resistencias, sin más porfías, quieres retomar algún sueño adolescente que dejaste perdido con el paso del tiempo. Y con tu nombre encabalgado, quieres entrar a estudiar todo lo que has querido desde niño. Que te conozcan así nada más. Que nadie sepa cuánto te costó cortar y pegar el nombre para hacerlo más bonito. Lo nauseabundo que te resultaba pronunciarlo porque simplemente nunca escogiste tenerlo. Quieres olvidar toda esa trizadura y hacerte creer junto a otros que te gustas más sin mí, limpiecito y honesto. Quieres ser mejor que yo, tener más que yo y poder interesarles más que yo; pero sabes que sólo mi nombre suena mejor que el tuyo en los oídos de más personas. Que me olviden y aplaudan tus logros. Un trabajo nuevo que te permita ahorrar y recibir un sueldo mejor que el mío. Quieres que te quiera uno solo y tú poder quererlo sólo a él también. Salir menos a bailar, drogarte menos también y llegar siempre a tu casa. Quieres llevarte bien con tus padres. Darles el orgullo que siempre esperaron. Que te lean. Borrar mi nombre de tus cuadernos y que te lean. Ojalá olvidarte tú también de mí y convencerte de lo lindo de tu nombrecito compuesto. Convencerte a la fuerza, contra tu real voluntad y adherírtelo a la frente sin mas consultas. Quieres traicionarte. Quieres abandonar el trote desobediente que teníamos juntos y caminar como siempre te dijeron que debías caminar. Que otros te hablen y te conversen sin pausas. Que sean tu música y no dejen pausas para oírme. Quieres desligarte para siempre de mí, pero en el fondo y, aunque intentes ignorarlo, sabes que dependes de mí tanto y más que yo de ti. Te gusta más que nada en el mundo la pronunciación de mi nombre. Cuando duermes, cuando contestas el teléfono, cuando sales a bailar mi nombre es tu mejor canción. Aun así quieres borrarme de tus historias, sin embargo sabes muy bien que al borrarme ya no tendrás nada más que contar.
TRES
CUATRO
El trastorno de identidad disociativo es el resultado de una falla en la
integración de varios aspectos de la identidad, la memoria y la conciencia, en
donde, cada personalidad que posee el individuo se vive con un nombre, imagen,
historia personal e identidad distintos. Hay una personalidad primaria que
corresponde a la identidad verdadera del sujeto, la que se caracteriza por ser
pasiva, dependiente, culpable y depresiva, en cambio, las demás personalidades
en general poseen nombres y rasgos que contrastan con la personalidad real del
individuo.La etiología de este trastorno no es lo suficientemente específica
aún, y quizás nunca logre serlo, pero está asociada principalmente a traumas
infantiles, en especial, del tipo de las agresiones sexuales, así como también
diversos estudios sugieren que este trastorno es más frecuente en los parientes
de primer grado de los individuos que lo padecen que en la población en
general. Esta patología se diagnostica 3 a 9 veces más frecuentemente en las
mujeres que en los hombres, y son estas quienes tienden a presentar más
identidades en comparación al género masculino.
CINCO
Que se calle. Ya van a llegar. Llora tanto y se limpia poco.
Me van a castigar. En vez de lavarse, insiste que me va a acusar y me culpa de
todo. Que se calle. Aún huele mal. Parece un recién nacido, parezco su mamá
limpiándole un pañal. Dice que le duele. Sé que le gustó. Yo no lo obligué.
Repite que le duele. Llora porque ya no sólo es café, llora porque se tiñe de
rojo. El olor es peor cada vez que se mete al baño. No para. Entra y sale.
Vuelve a entrar. Me dice que en el baño mancha más con rojo. Prefiero que el
cloro decolore todo. Antes que se enteren, prefiero gastar el perfume. Ya van a
llegar. Me dice que le arde. Le gustó y se queja tanto. No puede acusarme. Lo
hacia como vimos en la película. Mi polera preferida tendré que quemarla. Ya
van a llegar. El olor no se va. No quiero abrir las ventanas. Llora tan fuerte
que los vecinos se pueden enterar. Pero aún no se mete a la ducha. Dice que el
agua le arde más. Ya no deja que lo limpie. Ya no quiere nada. Se echa sobre la
cama. Hasta las sabanas tendré que quemar. Se darán cuenta. Tendría que quemar
las alfombras también, pero sería aún más sospechoso. El detergente me raspa,
pero ya no tengo olor. Ya van allegar. Al fin detiene el llanto. Qué dirán por
tanto alboroto. Se le nota el llanto, se le nota el dolor. Huele aún todo mal.
El cloro se mezcló con todo. Y vienen en camino. Le digo que no me acuse, que
no le conviene. No me responde. Que para la próxima seré más suave, que no
comeremos antes. Que si me acusa, nunca más lo haremos. Pero sigue callado. Qué
diré. No me creerán nada. Todo parece un basural. Las moscas. Hay mucha
evidencia. Oigo los pasos. Mejor me pongo a ver tele. Está callado en el
dormitorio. Abro las ventanas, ellos abren la puerta; pero entran sin preguntar
nada. Me miran frente al televisor y entran a su dormitorio. Sólo les dice que
otra vez comió muchas manzanas con sal.
SEIS
Nuestro ritual para comernos de a poco. Adueñarnos en cada
mordisco el uno del otro. Es como si justo al presionar su piel entre mis
dientes, toda la rabia se me inflamara en las venas. Mancharme la boca de su
tibieza, cada musculo endurecido, cada entrada mucho más abierta, más húmeda.
Tenerte todo el tiempo contra mis dientes. Saborear hasta cansarme y volver a
saborear más tarde. Que se mantenga siempre esperando mi hambre. Que me mire
suplicando otra marca, otra forma de volvernos uno solo. Esta vez no dejarnos
ni una separación. Y que él me pruebe. Pasarle mi boca y que sepa llenarse de
mí. Poco a poco que llene de mí su hambre. Estar adictos a nuestro sabor.
Mordernos cada noche un lugar distinto. Volver a ser uno. Entrar más aún el uno
en el otro. Es como si abriéramos la cicatriz de ambos y de alguna extraña
forma volver a unirlas. Compartir por dentro todo el fluido. Circulando la
misma sangre. Descomponiéndose lo que nos sobre y así continuar con nuestro
ritual para comernos de a poco.
SIETE
Yo sería incapaz de escribirte una carta, papá, y sin embargo
creo que ya lo estoy haciendo. Sería incapaz de confesarte a la cara todo esto
que me impulsa, que me llena de ideas, que me ha convertido poco a poco en lo
que tú quizás siempre sospechaste. No tuve nunca la valentía de encerrarte en
mi dormitorio como la victima perfecta ni de clavarte las miles de armas que
imaginé tantas veces. Que no me quisieras de la misma forma en que la quisiste
a ella. Que sólo tuviera que conformarme con breves olfateos y arriesgados
espionajes. Lamerte habría sido tan fácil muchas veces, pero ella siempre
estuvo para impedirlo. Yo creo que siempre lo supo y me vio como su peor
contrincante. Quizás temía ver en ti, papá, la sola ocurrencia de meterte a mi
cama y probar conmigo lo que con ella habría sido imposible. Pero insistías con
ella todas las noches sin siquiera pensar en mi desesperación al oírlos, en mi
angustia al verlos sin poder siquiera tocarte un poco mientras lo hacían. Y mi
cariño hacia ti comenzó lentamente a experimentar otras sensaciones. Te quise
tanto que varias noches rogué presenciar la separación más violenta entre
ustedes dos para luego correr yo a consolarte. Que me dijeran lo mucho que me
parecía a ti sólo fue útil cuando me encerraba frente a un espejo. Que me
dijeran lo creativo que resulté ser sólo fue útil cuando me vi sin más que tu
olor como posibilidad. De niño que soñé con llegar al día de confesarte todo
esto. Como así muchos se confiesan ante Dios, hacerlo yo ante ti, pero sin
esperar ni perdón ni clemencia. De niño que imaginé el momento de tenerte cara
a cara y poder enseñarte todo el amor que guardé noche tras noche. Esperé tanto
que no sólo se me manchó el amor contigo, sino que también ya es inútil tenerte
cara a cara. Es inútil confesarte si quiera esto en vos baja al oído. Es inútil
tu presencia. Tenerte así de inerte sólo sirve para mi única satisfacción: ella
te ha perdido para siempre y sufre como jamás imaginé verla sufrir. Poco a poco
serás la descomposición. Comenzarás a oler mal, dejarás de ser el mejor
oxigeno. Ni ella querrá más tu olor, ni contenerte en sus rincones ni atraparte
en su cabello. Así quizás he logrado la satisfacción que nunca logré en tus
brazos, papá. No aprendí nunca a compartir el cariño en casa, sin embargo, este
vacío que dejas en ella y en mí es fácil compartirlo. Aprender a perderte es
más fácil cuando no sólo soy yo quien te pierde. Te llevas todo lo que yo más
quise y a ella no le dejas nada.
OCHO
-Deberías preocuparte.
-Deberías cambiar el jueguito. A mí al menos, ya me está
aburriendo.
La Marce está sentada junto a mi hermana. Siempre he creído
que se parecen mucho. Por eso es mi mejor amiga. Todas mis mejores amigas se
han parecido a mi hermana en cierto modo. Pero la Marce es casi la gemela
mayor.
-Una cosa es que te cambies el nombre con tus clientes, pero
ya muy distinto es con nosotras. Incluso puede ser entretenido con los chicos
de las discos. Quizás tu hermana y yo podamos seguirte el juego para reírnos
mientras bailamos.
-Pero ya estás hasta negando tu carné de identidad.
Ellas son todo lo contrario a mi mamá. Son capaces de
insistir en algo que creen aunque sepan que el resto no las quiere oír. Se
esmeran en gestualizar y modular muy bien. No les importa convencer en el
fondo, sino que el resto sepa lo que creen. Son seductoras al hablar. Yo
siempre he creído que hasta convencer no se les hace difícil. Las dos mueven
mucho las manos. Yo siempre me he pegado en sus manos. Tienen los dedos iguales
de largos y puntiagudos. Se pintan las uñas tan bien que parecen postizas. El
delineado de los ojos es perfecto. Las dos usan el mismo delineado muy marcado
y negro. Son dos gatas de boca muy roja.
-Vimos que lo escondiste en tu botín.
- Sino hubiera sido por la buena onda del portero, no entramos.
Y yo creo que no tiene sentido que hasta al portero le mientas.
-¿También le mentirás a un paco cuando te haga control de
identidad?
Son el doble opuesto de mi mamá. Son como la Lidia. Cuando
estén viejas serán igual a la Lidia. Quizás hasta ellas recurran a cambiarse el
nombre, la edad, el estado civil, si son o no madres y todo eso que yo aprendí
de la Lidia. Son de las que se maquillan hasta para ir a comprar el pan. Todos
son posibles pretendientes. Y así como pueden conquistar tan fácilmente, suelen
ser las más descarnadas a la hora del contrataque. Tienen ese aire violento y
seductor. Se han armado así. Han tenido que moldearse por obligación más que
por capricho, creo yo. Es la única forma que les parece mejor porque han sabido
sentirse cómodas y satisfechas con el molde que eligieron.
-Así espantaste a tu último pololito. Tanto te habló de su
parada libertina y poética, pero ya ves que hasta a él le asustó el juego de
los nombres.
-Y así será con el próximo. No creo que se trate de una
amplitud mental. Más bien yo creo que lo tuyo es un problema mental.
Pueden burlarse y luego reírse con la hostilidad más
perversa, pero aun así me parecen hermosas. Yo hubiera querido que mi mamá
siguiera así. La Marce es como mi mamá cuando yo era niño. Cuando mi mamá
trabajaba muy maquillada, de ropa breve y siempre traía olor a café. Cuando se
reía de todo el mundo y se pintaba las uñas a mi lado igual que la Lidia. Mi
hermana se parece a esa época de mi mamá. Pero sólo algunas logran resistir en
el molde que eligen cuando les quieren dar otra forma. Mi mamá fue una figura
de yeso que alguien tiró al suelo y luego de quebrarla trató de darle una forma
muy distinta a la original. Yo estoy seguro que ni la Marce ni mi hermana lo
permitirían. Ellas tienen la autosuficiencia de la Lidia.
-No creo que un psicólogo sea la solución. A mí también me
carga ser paciente de esos tipos. Creo que es una cuestión de voluntad que
reordenes tu juego.
-Después de todo, no eres un esquizofrénico con trastorno de
personalidad.
-Dame un cigarro.
-Fumemos las dos de este, no hay más.
Hasta para fumar son parecidas. En eso nos parecemos los tres
realmente. Quisiera parecerme a ellas en más cosas. A veces me veo como mi mamá
es ahora. Me paro enfrente a ella y siento que respiramos al mismo ritmo. Temo
que hasta la trizadura, luego de caer al suelo, se nos marcó de la misma forma
en el yeso. Pero yo ya no quiero ser como mi mamá. Temo la similitud. Hasta los
dolores nos aquejan de la misma forma.
NUEVE
Podríamos volver a pegarnos de una forma más entretenida,
Josecarlo. Bastaría con encabalgarnos. Entrarte por atrás y sentir toda esa
tibieza que tenemos en común. Yo sé que en el fondo quieres al igual que yo
volver a estar unidos, pero te da miedo y lo comprendo. Entonces yo creo que
montarnos sería una buena forma para continuar juntos por siempre. ¿Has visto a
los perros cuando se pegan al aparearse? Yo quiero hacerlo de esa forma. Ni tú
ni yo perderíamos más sangre. Si te preocupa el dolor, seré suave para
metértelo. Si te preocupa el dolor, intentaré morderte menos. Pero tú sabes que
me gusta tanto tu sabor. No quiero volver a pasar una noche sin ti. Quiero
dormir y despertar sintiendo tu peso unido a mi peso y al mirarme al espejo ver
tu cara junto a la mía. Sé que será un proceso entretenido volver a pegarnos.
Yo ya me imagino todo lo que haremos. Debes tomarme atención y seguir al pie de
la letra todo lo que yo te diga. Sabes, Josecarlo? A veces siento que me temes
y no creo que sea necesario. A veces creo que algo no te gusta de mí y no me lo
quieres decir. Pero tú sabes muy bien, Camilo, que la idea de unirnos cada vez
se vuelve más imposible. He reflexionado bastante y no creo que debiéramos
seguir intentándolo. Yo siento que así estamos bien. Podemos seguir viéndonos y
haciendo todo lo que nos gusta. Ya hemos descubierto la verdad y sin nuestro
padre las cosas ya se hacen más fáciles. Podremos continuar viajando y bailando
todo lo que queramos. Yo escribiré nuestra historia y tú podrás ser el prostituto
más visitado. ¿No crees, Camilo, que a tus clientes les desagradaría acostarse
con gemelos siameses? Hay que pensarlo mucho mejor y me vas a encontrar la
razón. No es miedo ya lo que me mantiene con esta idea, sino el sólo hecho de
continuar cada uno con su propio camino pero cerca nada más. Imagínate lo mucho
que aplaudirán mi libro, imagínate la gran cantidad de clientes que te
llamarán. Eso queremos, eso hemos querido siempre y al pegarnos sólo perderemos
todo. No intentes, convencerme, Josecarlo. Hablas eso por miedo y ya sabes que
la cobardía me enfurece. No me gustas cuando dices esas cosas. Tú mismo me
rogaste varias veces que nos uniéramos de nuevo y yo siempre intenté hacerlo
menos doloroso para ti. Me estas abandonando y eso no te lo perdonaría jamás.
Nos tenemos tú y yo nada más. Ni madre ni padre. Nos tenemos que acompañar como
corresponde. Nos separaron sin consultarlo una vez. Entonces no me ombligues,
Camilo, a pegarme a ti. Me lo has consultado y yo ya decidí. Te estas
equivocando, Josecarlo. Siempre te equivocas y sólo porque te consume el miedo.
Yo sé que quieres pegarte a mí porque si no lo haces, me iré lejos y ya no
sabrás nada nunca más sobre mí. No me amenaces, Camilo. No te amenazo,
Josecarlo. Déjame mostrarte que será lo más bello sentirnos por dentro todos
los días. Yo prefiero mantenernos así como estamos. No estamos mal y presiento
que juntarnos sólo traerá problemas. A qué le temes, Josecarlo? Sólo a eso que
te contaba sobre mi libro y tus clientes, que siameses nadie nos querrá. Y para
qué quieres que otros nos quieran si basta con querernos mutuamente. No
entiendes. Si entiendo y es cobardía. Me tienes miedo, sientes que competiremos
todo tiempo. No pienso eso. Ya te expliqué la razón. Tu razón no te la crees ni
tú mismo. Por eso se te han ido todos. A la gente le espanta la cobardía. Nadie
se ha ido de mi lado por lo que dices. Tú me has espantado a toda esa gente. No
soportas verme con nadie conversar. Tú me has rogado acompañarte. Porque es
cierto. Entonces deja de temblar y pégate a mí. No quiero. Sí quieres. Ven.
Abrázame. Por favor comprende mis razones. Ven abrázame. Fuerte, abrázame
fuerte. Por favor entiéndeme lo que digo. Más fuerte abrázame. Abrázame tú
también, pero no me aprietes tanto. No tan fuerte. Abrázame fuerte. Me duelen
los hombros. Abrázame más fuerte. Suéltame. Más fuerte. Suéltame. Siente los
huesos. Me estas dañando. Oye los huesos. De verdad me duele mucho. Vamos a
unirnos quieras o no. Suéltame. No te dejaré. Suéltame. Ya sabes quién es el
fuerte aquí. Por favor. Que no se te olvide cuál es el gemelo frágil. Me duele,
por favor detente. Entonces harás lo que te diga. No hagas esto. Si no me
obedeces, te olvidas de mí para siempre. Por favor no hagas esto. Cállate y
quítate la ropa. Qué harás. Quítatela. Qué harás. Sólo haré lo que los dos
queremos. Por favor detente. Es lo mejor para ambos. No. Sí. No quiero, Camilo.
Sí quieres, Josecarlo, y lo quieres ahora mismo.
DIEZ
-¿Y si uno de los dos muere?
Los gemelos en la tina están bañados en sangre. Con la poca
fuerza que les queda, intentan unirse los pliegues para adherirse de una vez
por todas. Esta vez no hay miedo ni dudas. Los dos están completamente
decididos a coserse aunque eso significase la muerte de ambos. Porque no hay
posibilidad que sólo uno sobreviva. Eso dice Camilo. Han hecho la promesa. Y
Josecarlo se entrega a sus manos esperando que haya sido la mejor elección de
su vida.
-Respira profundo. Has perdido más sangre que yo. Recuerda
que esto sólo tiene sentido si ambos sobrevivimos.
Josecarlo apenas ve la cara de Camilo. Lo difuminado de su
rostro va cada vez más disipándose. Lo ve como un fantasma deshaciéndose en el
aire y no le quedan fuerzas para llorar, para abrir sus manos y atrapar el
último bosquejo de su gemelo. Apenas logra temblar de desesperación, de
tristeza. Tiene miedo de perder a su hermano en el aire, pero es Camilo quién
teme perder a Josecarlo. Su piel parece nieve de tan fría y blanca. Los labios
morados y ese temblor amenazante que se anticipa ante cualquier final. Camilo
continúa cosiendo y lo hace más rápido. Presiona sus dientes para resistir el
dolor que le ocasiona tal rapidez de las punzadas en los pliegues. Con un brazo
sostiene el frágil cuerpo de su hermano y con la otra mano termina por unir sus
heridas.
-No te puedes ir. No me puedes dejar. Nos costó tanto esto y
ahora que lo logramos, no te puedes ir. Despierta, Josecarlo.
Hace un último nudo en el hilo para finalizar la costura.
Sostiene el cuerpo, ya pegado al suyo, y larga la ducha. Con breves golpes en
la cara, intenta despertar a su gemelo, le moja la cara, le muerde un hombro,
pero nada. Camilo comienza a desesperarse y los golpes los intensifica aún más.
Le muerde mucho más fuerte los hombros, el cuello, le muerde la cara y los
labios también, pero nada. Lo presiona contra su cuerpo y lo abraza para esta
vez darle de su calor. El agua está caliente y siente cómo por dentro comienza
a circular todo el fluido en común con Josecarlo. Lo abraza con más fuerza y ya
la circulación se expande por todo el cuerpo. Siente que la temperatura de su
gemelo comienza a reponerse y le da el último mordisco en la boca.
-Despierta, Josecarlo. Ya somos uno.
ONCE
Mueve los pies con cuidado. Mira los míos. Sígueme el ritmo,
no te apresures; si nos caemos, nos descubren. No nos costará mucho acostumbrarnos
a esta nueva forma, pero hay que ser cuidadosos con cada movimiento, sino
podríamos estropear la cocedura. Hablemos bajito. Ella está despertando. ¿Sientes
su respiración? Su forma de amanecer se oye hasta acá, ese gemido de
satisfacción al despertar es muy parecido a cuando lo hacían. Quizás esté
soñando con él. La pobre tal vez aún no quiere asumir el vacío. Quizás se
inventa que anda de viaje, quizás se inventa que lo tiene al lado y hasta le
hable. Por suerte te tengo a ti. Por suerte nos encontramos a tiempo y supimos
unirnos. Ese vacío también habría sido muy triste para mí si no me hubiese adherido a tu cicatriz. ¿Sientes cómo
murmulla? Debe estar imaginando que conversa con él. No te rías tan fuerte.
Debemos ser cuidadosos si queremos lograrlo. Oye sus murmullos. Déjame acercar
la oreja también. No se entiende. Debe estar enloqueciendo. Una vez la Lidia me
dijo que la mejor manera de olvidar grandes penas es mentirse hasta olvidar que
es mentira. Quizás salga del dormitorio y parta a la cocina a servir la misma
taza de té que siempre le servía. Quizás ordene la casa antes de la hora que él
siempre llegaba del trabajo, apresurada porque simplemente todo lo mejor es por
para él. Entonces se sentará frente a su espejo y comenzará a delinearse el
rostro con la delicadeza que tanto la identifica, no muy marcado ni colores tan
fuertes porque a él siempre le gustó verla recatada ¿Oyes cómo canta de felicidad?
Quizás ya olvidó que se está mintiendo.
DOCE
-¿Y si ella ya no nos quiere?
-Nuestra madre sólo tiene la
opción de querernos.
-¿Y si simplemente decide lo
contrario? ¿Si se asusta al vernos y arranca y nos deja solos?
-Eso no debería importarte. Hace
tiempo que no dependemos de ella. Deberías saber que ahora ella depende de
nosotros.
-Pero míranos. Mira esta forma.
Mira cómo nos movemos. ¿Sientes cómo se mezcla todo por dentro? Ella no
soportará vernos así.
- Ella debiera estar agradecida. Pudo
haber muerto al tenernos y tú debieras estar odiándola en este momento en vez
de asustarte por si te seguirá queriendo o no.
-Es que imagínate lo que
significa tenerla sólo para nosotros. Que ya no tenga otra distracción. Sólo me
da miedo perder esta única oportunidad de tenerla para mí, para los dos.
-Eres un cobarde.
-Sólo tengo un poco de miedo.
-Eso es cobardía. Yo, sin
embargo, no estoy preocupado. Es más, yo creo que ella debería pedirnos perdón
y rogarnos clemencia.
- Exageras.
-Ella fue quien nos dividió. Ella
decidió por nosotros sin saber el sufrimiento que nos ocasionaría. Ella te
quitó la posibilidad de ser feliz con nuestro padre. Ella sólo ha pensado en
ella todo este tiempo.
-Por eso no quería unirme a ti.
-¿Te estas arrepintiendo?
-No. Sólo que por alguna razón
dudaba en unirme a ti.
-Ándate. Corta todo y arranca.
Seguramente vas a estar mejor sin mí.
-No quiero volver a esa
discusión.
- Tú nunca quieres ninguna
discusión. Tú nunca quieres arriesgarte. ¿Y si te digo que estás a punto de perder
todo ese cariño que tanto esperaste de ella?
-…
-Dime. ¿Qué harás si te cuento
que alguien mucho más fuerte que tú, que nosotros dos está recibiendo toda la
atención de ella en este momento?
-…
-¿Quieres entrar a su dormitorio?
¿Quieres verlo tú mismo?
-¿De quién hablas?
-No sé. Sólo la he oído conversar
con alguien. La he oído reír con esa misma persona. Él le dice mamá y ella
llora en sus brazos. Mientras tú duermes, la he oído agradecerle su compañía.
-Vamos. Seguramente está con ella
en este momento. Quizás ella no alucina y realmente está acompañada como tú
dices.
-¿Y qué harás? Todo te da miedo
¿Qué harás si descubres que te la están arrebatando?
-…
-Vamos. Yo no me siento
amenazado. Ya sabes que ella, por mí, estaría bajo tierra hace mucho tiempo.
Pero vamos, quiero que lo descubramos juntos. Quizás no es como yo creo y sólo
está alucinando.
-¿Y si se asusta al vernos?
Ambos se dirigen al dormitorio de
la madre. Caminan en silencio y uno de los dos tiembla y detiene sus pasos. El
otro no puede continuar caminando. Con su fuerza lo obliga a moverse y le toma
una mano. Lo mira y le pide que se calme, que seguramente es sólo una
alucinación de ella, que no la perderá. Su temblor no se va. Los ojos se le
inundan y cae sobre la otra mitad, sobre su gemelo cae y le pide que lo abrace,
que tiene miedo. Lo abraza y le seca con sus manos los ojos. Le dice que llorar
no le servirá de nada. Lo repone y comienzan a caminar. Van de la mano, pero
aun hay un temblor en la otra mitad del cuerpo. Entonces ya están frente a la
puerta del dormitorio. Acercan las orejas y oyen esa conversación. Oyen que
ella conversa evidentemente con alguien, que no es una alucinación y que compromete
el cariño de su madre. Su temblor se agudiza y ya no quiere abrir la puerta. El
otro le dice que deben descubrir quién es. Sigue temblando la otra mitad, llora
y dice que ya la perdió. El otro lo abraza desde su costado izquierdo y abre la
puerta. Sin más esperas ni titubeos abre la puerta y ven a la madre sentada a
la orilla de la cama. La ven sonriente. La ven hermosa con su cabello suelto y
colores en su rostro. Sentada con tranquilidad conversando con su nueva
compañía. Entonces desde la puerta una mitad del cuerpo deja de sostenerse en
pie, se enfría y comienza a temblar. El otro sólo resuelve en tomarlo y salir
del dormitorio. Arrastrar su mitad hasta un rincón de la casa, sintiendo por
dentro enfriarse los fluidos y la circulación cambiando su ritmo. Los gemelos
no sabían que detrás de esa puerta, junto a su madre, se encontraba uno muy
parecido a ellos, con otro nombre, otros recuerdos y con la clara intensión de
quedarse.
TRECE
No cierres los ojos. Él quiere que te separes de mí. Él sólo
busca la manera de dividirnos nuevamente porque le asusta nuestra forma. No
confíes en nada de lo que te diga. Él no quiere ayudarte, no quiere ayudarnos
para nada. Está obsesionado con la idea de vernos distanciados. Seguramente le
da asco nuestro movimiento y pretende vernos como el resto, igual que los
otros, sin siquiera saber el dolor que tendremos por dentro. Ni tú ni yo
queremos volver a estar separados así que no cierres los ojos. No lo hagas.
Comenzará a manipular tu mente y te obligará a transformar tus recuerdos. Te
hará ver cosas que no quieres ver y le dará lo mismo porque sólo le importa su
cuaderno de notas, llenarlo y llenarlo de todo lo que vayas diciéndole, de todo
lo que a él se le ocurra sobre ti, sobre nosotros. Oye cómo te pregunta el
nombre, oye cómo insiste en los nombres. Él lo sabe todo y si te pregunta es
porque algo extraño quiere conseguir. No confíes en su voz suave, esa lentitud
con que te da instrucciones no es bien intencionada. Sus palabras entran por
tus oídos y te adormecerán por dentro y le dirás todo y le dirás todo lo que
busca y hasta te inventará cosas y los nombres, no le digas los nombres.
Mantente despierto, engáñalo, hazle creer que te tiene bajo su hipnosis, juega
con su macabro interés y búrlate sin que se dé cuenta de todas esas preguntas
inútiles. Te insistirá con los nombres, te insistirá sobre todo con mi nombre,
pero tú desoriéntalo y no respondas lo que quiere. No lo hagas. No lo digas. No
se te ocurra decir si quiera tu nombre. Ca-mi-lo-jo-sé-car. No lo digas. Hazme
caso, por favor. Sólo quiere dividir. Jo-sé-car-lo. Dividirnos, sólo quiere
descosernos sin importar lo mucho que sangremos, lo mucho que nos costó
pegarnos y lo mucho que nos hace feliz estar así. No digas nada. Ca-mi-lo.
Ca-mi. Abre los ojos, por favor, abre los ojos y arranca. Ca-mi-lo-jo-sé. No lo
digas. Jo-sé-car. Mi madre me dijo así de niño y yo quería ser Camilo. No le
digas eso, eso no es cierto, eso él quiere oírlo. Ca-mi-lo suena lindo, suena
mejor le decía a mi mamá y ella sólo se reía y me decía Jo-sé-car-lo me
decía a
dormir Josecarlo que mañana al colegio temprano, a dormir, buenas noches y un
besito en la frente y me dormía y todo estaba oscuro y me hablaban otros me
decían Camilo me decían Camilo juguemos y yo viajaba de sus manos viajaba sobre
muchos arboles me caía sobre los arboles y en el suelo me decían otros nombres,
a mí me gustan esos nombres y jugaba con esos nombres y me los pegaba en el
cuerpo, con pintura me escribía en la piel muchos nombres y los gritaba al
viento, el eco de mi voz pronunciando todos los nombres era la música del
bosque
te está descosiendo y me duele, no lo dejes que lo haga, abre los ojos,
deja de decir los nombres y abre los ojos que me duele cómo nos despega.
Estamos sangrando nuevamente, me duelen los pliegues y si tú no abres los ojos
yo no puedo hacer nada, ni correr ni nada. Abre los ojos, por favor y deja de decirle
lo que quiere oír. Lo que quiere oír es sólo tu nombre y que te olvides de mí y
seguramente a mí me llevarán lejos, a otro lugar muy lejos de ti, me encerrarán
y me tratarán como un monstruo, amarrado quizás, obligándome a olvidarte, a no
saber pronunciar más tu nombre. Ábrelos. Despierta. No le sigas diciendo nada. Dame
la mano. Presiónate la herida o sangraremos más. Menos mal despiertas. No lo
mires. No lo oigas. Déjalo que se desespere con sus notas y toda esa
investigación mal intencionada suya. Vamos, corre, no me sueltes, debemos
llegar a coser nuevamente nuestra herida.
CATORCE
-Usted pregunte y yo sabré si respondo.
El hombre toma su cuaderno de notas y comienza a deslizar su
lápiz. Le hace un par de preguntas simples y continúa anotando. En el piso hay
una mancha de sangre que se extiende desde el sillón del paciente hasta la
puerta de salida. Son varios pasos marcados en esa misma dirección. El hombre
se da cuenta de su distracción y le pide que intente concentrarse, que serán las
últimas preguntas. Entonces a cada pregunta y respuesta se miran a los ojos y
dejan una pausa de varios segundos para proseguir. Sin embargo, la sangre sigue
distrayéndolo y pareciera que quiere preguntarle al respecto. El hombre detiene
sus preguntas y le dice que si quiere saber algo que se lo diga.
-La mancha, doctor. Esta gran mancha de sangre. No me
interesa su procedencia, sólo que debiera limpiar y borrarla. Ya comienza a
tener mal olor.
El hombre le sonríe y le pregunta qué mancha. Le pide que le
indique el lugar exacto de la mancha porque él no ve nada. Entonces su paciente
se levanta del sillón y se acerca a su escritorio. Le arrebata el cuaderno de
notas y lo tira al suelo, justo sobre la sangre. El hombre se pone de pie,
pidiéndole calma. Que se siente le pide una y otra vez, que ya están a punto de
finalizar y que por favor nada le distraiga.
-Yo no soy como sus gemelitos, doctor. Si ellos son sus
favoritos debe ser por que le complacen en todo lo que quiere oír. Usted no ve
lo que yo veo porque ese es su juego. Usted lo hace con ellos y quizás con
ellos le funcione, pero no conmigo.
El hombre toma asiento y muy relajado, sacando una pequeña
libretita del escritorio, comienza a tomar notas breves. Le pide nuevamente que
se siente y que ya verá cómo resolver lo de la sangre, pero que se siente y le
diga más sobre los gemelos, que le cuente cómo supo de ellos. Entonces se
sienta nuevamente sobre el sillón y mira hacia el cuaderno que ya esta inundado
de sangre, deja su mirada suspendida sobre el cuaderno y comienza a
responderle.
-Toda la vida he sabido de ellos, pero nunca me ha importado
relacionarme ni con Camilo ni con Josecarlo.
-¿Nunca has hablado con alguno?
No quita su mirada del cuaderno ensangrentado y sólo esboza
una sonrisa. Se da una larga pausa antes de responder y respira profundamente.
-Una vez los vi. Querían entrar al dormitorio de mi madre,
pero quizás no les gustó verme y huyeron sin decir nada.
-¿Qué apariencia tenían?
-La misma que usted debe conocer, doctor. Esa misma apariencia
que a usted tanto le interesa y le incomoda a la vez.
-¿Cuál es esa apariencia que me incomoda?
Entonces levanta su mirada del suelo y la dirige directamente
a la del hombre. Su sonrisa se evidencia aun más y se acomoda en el sillón.
-¿Qué pretende? ¿Quiere jugar a lo mismo conmigo?
-No. Sólo quiero que me lo digas, nada más.
-Usted sabe muy bien lo que le desagrada de ellos dos. A mí
no me desagrada, pero me parecen un tanto miserables. Quieren creer muchas
cosas y las creen a la fuerza.
-¿Es su condición física a lo que te refieres?
-Claro. Qué otra apariencia ¿O me va a negar que le incomoda
verlos pegados, como un sólo cuerpo con dos cabezas y varias extremidades? ¿No
le provoca repulsión que compartan cada órgano, cada deseo?
-Es que ellos no comparten los deseos, y no, no siento
repulsión.
-Entonces los conoce muy bien. Sabe hasta lo que sienten, lo
que piensan. Han seguido muy bien su juego, se han mostrado ante usted como dos
cuerpos abiertos.
El hombre no deja de escribir en su libretilla. Son
anotaciones muy breves, pero constantes.
-¿Y ellos saben quién eres tú?
-¿Y quién soy yo supuestamente, doctor? ¿Qué debieran saber?
-Dímelo tú.
-No es necesario. Usted parece estar muy enterado de todo.
Incluso creo que dejó esta sangre en el suelo con algún propósito que debe
tener muy claro.
-Sólo quiero que me digas una última cosa y te dejo ir, si
gustas.
Deja el sillón y se acerca al escritorio. Le dice que no le
servirán de nada sus anotaciones, que es una perdida de tiempo todo lo que
intenta, que ya no tendrá más de lo que busca. Saca dinero de su pantalón y se
lo deja encima. Le pide que lo cuente, le pide que le diga la cantidad.
Entonces el hombre le dice que no le interesa ni una ganancia y le vuelve a
decir que sólo quiere saber una última cosa. Entonces se lo pregunta y no
recibe ninguna respuesta. Se lo vuelve a preguntar y sólo le dice que le preste
su libretilla. El hombre se la pasa de inmediato y también le pasa un lápiz.
Entonces en una hoja en blanco comienza a escribir una sola palabra de pocas
letras, muy clara y de caligrafía perfecta, subrayándola al final. Cuando se la
devuelve camina hacia la mancha de sangre y recoge el cuaderno. Lo hojea y
sonríe. Lo hojea nuevamente y se lo deja encima del escritorio. La sangre le
mancha el resto de los libros y comienza a esparcirse por sobre las demás
cosas.
-Deje tranquilo a esos dos que están bien así de pegados. Yo
sólo vine a presentarme y nada más.
El portazo deja un eco en la sala. Los pasos que se alejan
detrás de la puerta mantienen al hombre expectante, por si regresa, por si se
detiene o realmente continua alejándose hasta perderse afuera con los otros
pasos. Luego de un momento creyó sentirlo detenerse y regresar, pero sólo fue
una confusión de sonidos y realmente ya estaban más allá de todo alcance.
Entonces toma su libretilla y lee lo que había escrito antes de irse. Lo lee
varias veces y anota en otra hoja lo que seguramente le significaba todo lo
sucedido. Cuenta el dinero y lo guarda en su billetera. Sólo esa palabra le
deba vueltas ahora en su cabeza. Era un nombre, un nombre nuevo, una letra
distinta, una presión del lápiz muy evidente. Lo pronuncia un par de veces y
luego guarda su libretilla. “Borja”. Algo le hacia creer que iba a escuchar ese
nombre algún día, ese y unos cuantos más.
F I N
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