NIÑO DEPREDADOR Parte 1 (novela de autoficcion inedita, 2012)

 



UNO

Confieso que fue mi vicio verlo vulnerable, esconderlo de otros cariños y arrojarme como un niño depredador. Confieso que nunca me han gustado las muertes, pero siempre esperé ansioso la muerte de mi padre.


DOS

Usted me pregunta el nombre por tercera vez. Vuelve a tomar nota de todo lo que le digo por tercera vez. Por tercera vez le digo que mi nombre es Camilo. Usted lo anota otra vez y lo vuelve a subrayar. Me pregunta sobre otros nombres y yo le repito que no los conozco. Intento demostrarle que sólo quiero hablar de mí, que por eso estoy acá; pero insiste con la misma pregunta, subrayando en nuevas hojas todo lo que yo le digo. Le vuelvo a contar que me gusta cuando la gente me dice Camilo. Que es lógico que deba gustarme además ya que así me han llamado toda la vida y uno se acostumbra. Lo veo suspirar quizás por cansancio, quizás porque algo le hace perder su paciencia. Insiste sobre el nombre y quizás algo quiere lograr con esa reiteración. Puedo quedarme callado, pero prefiero seguirle el juego y ver cuál es el motivo de su interés por preguntar siempre lo mismo y subrayar hasta mis silencios en su cuaderno. Entonces usted vuelve a suspirar profundamente y me pregunta que por qué me gusta mi nombre. Yo creo que es una pregunta ya respondida y preferiría reírme muy fuerte y ojalá descolocar su atención y compostura analítica. Comienzo a responderle de otra forma para no repetir respuestas anteriores y que su mano pueda mantenerse pegada sobre su cuaderno, velozmente destacando palabras que no sé por qué le llaman más la atención que otras. Le digo que me gusta mi nombre porque es breve y suena bonito. Que además cuando la gente me llama tal cual, sin abreviaciones ni apodos, siento que validan la decisión unánime de mis padres al registrarme así en todos los documentos al nacer. Que es mi único nombre y me gusta que sea sólo uno porque siempre he creído que los segundos nombres son un absurdo. O que los nombres compuestos son una pérdida de tiempo, una siutiquería. Usted me interrumpe. También interrumpe sus apuntes. Me mira fijamente por sobre su anteojos. Deja el cuaderno sobre el escritorio y se cruza de piernas. Parece haber entendido quizás lo reiterativo de todo y comienza. Me mira y siento que me inspecciona para descubrir nuevas preguntas. Yo le mantengo la mirada para facilitarle su análisis y de pronto me lo pregunta. Yo esperé que lo hiciera desde el principio. Lo pregunta sin tomar notas y lo hace pausadamente, lento y muy bien modulado, como si temiera a que yo no entendiera, como si sólo quisiera hacerla una vez y no seguir con su costumbre por la reiteración. Pero yo finjo no entender y le pido que me la repita. “¿Cómo te llevas con Josecarlo?”. Algo le hace repetirla con menos lentitud que anteriormente. Continúa mirándome y le sonrío por un instante. Quiero hacerlo esperar mi respuesta. Parece importarle mucho mi relación con él. Entonces le digo sin más rodeos que nunca nos hemos llevado muy bien y que, sin embargo, varias noches dormimos juntos. Yo hubiera esperado que usted siguiera preguntando sobre esas noches y más detalles con el pasar de las preguntas, pero sólo vuelve a tomar su cuaderno y me pregunta si me hubiera gustado llamarme Josecarlo. Yo quiero reírme y a la vez contarle detalles de nuestra relación. Quiero ayudarle a darle un poco más de entretención a sus preguntitas, pero prefiero repetirle que los nombres compuestos son una pérdida de tiempo bastante siútica. Usted subraya y yo continúo hablándole de mí.


TRES

 “Nos perdonái por molestarte, Josecarlo”, les sonrío. Ambos traen una bolsita para las manzanas. Me prometen que nunca más me dirán Josefina, así que los dejo pasar al patio. Se suben con mucha facilidad a mi árbol, yendo de rama en rama. Parecen monitos hambrientos. Son tan valientes. De un salto, bajan. Les convido sal y los invito a mi escondite bajo la casa. Les digo que hablemos bajito porque es un lugar ultra secreto, que tengan cuidado con las arañas. A mí sólo la idea de hallarlas me da escalofríos, sobre todo con lo oscuro que es aquí. Pero el Luciano me dice que no les tema; que las matará si se asoman. Así que me tranquilizo un poco y empiezo a contarles una historia fantástica. Me toman mucha atención; sólo se oye mi voz y sus mascadas. A veces se ríen, pero despacito. Nos acercamos un poco más para oírnos mejor. El Toño comienza a contar chistes y me convida una manzana. Yo le digo que tengo la boca muy salada, pero igual se la recibo y lo hago tocándole la mano entera porque casi no se ve nada. Él se ríe nomás y el Luciano dice que también tiene la boca salada. Un rayito de sol que se ha metido por algún rincón le alumbra los labios y me doy cuenta que los tiene mojados. Le digo que se los seque, que parece guagua como come; pero no lo hace, así que se los seco yo con una mano. El Toño se ríe y se me acerca. Me dice que yo también tengo la boca mojada y me la seca suavecito con su mano, mientras con la otra me toca entremedio. Yo sonrío mirándole esa mano; parece que me gusta su cariño. Al Luciano también le gusta cómo yo lo toco y se tiran los dos encima mío. La tierra se nos pega en la espalda, pero no nos importa. El Luciano tiene la lengua más salada, aunque el Toño tiene más duro entremedio y eso me agrada, sobretodo cuando me roza y me dice al oído que eche al Luciano porque yo le gusto mucho. Pero el Luciano es simpático y me da besitos en el cuello mientras el Toño sigue rozándome. No quiero que ni uno se vaya. Es más entretenido probar dos bocas distintas y sentir extrañas cosquillas en mi cuerpo. El Luciano me dice Josefina, pero no me molesta. Ya es de noche y ellos se van. Me piden sal para el camino y yo les doy en una cajita de fósforos, porque ahora somos amigos y me defenderán si otros me molestan. Así que nos despedimos y los dejo invitado para mañana a que se suban, a que se suban otra vez a sacar las manzanas de mi árbol.


CUATRO

Mi papá llora borracho a mi lado. Ya todos se han ido a la cama. Él y yo permanecemos celebrando mi graduación de cuarto medio y no para de besarme la cara, de repetir entre balbuceos que me quiere tanto, que soy su preferido, que lo perdone. Es primera vez que tomo vino y quizás también estoy borracho, pero no más que él. “Perdóname”, insiste, mirándome a los ojos. Nunca le he podido sostener la mirada. “Perdóname”, repite y luego estira los labios. Tiene la boca manchada con vino. No sé si me da asco, pero ya no tengo las mismas ganas de antes. No sé si haría lo de antes. Tenerlo así de suplicante y vulnerable era mi mayor anhelo. Muchas veces fui yo quién lo acompañó hasta el final de sus borracheras. Sabía que se iba a poner cariñoso y sus labios estirados me gustaban. Esperaba hasta verlo un poco más desorbitado para darle los besos que me pedía. Me pegaba a él como una babosa y apenas movía mi boca. Es primera vez que tomo vino, pero ya lo había probado antes de sus labios. “Perdóname, por favor”. Apenas logra modular y ya no se puede la cabeza, tiene el cuello flojo y ronca mientras intenta otra palabra. Antes ya lo habría abrazado. Antes ya tendría mis manos tocándole entremedio. Nunca he sabido si se habrá dado cuenta en alguna ocasión. O si sabia que en silencio lo veía afeitarse en el baño, sólo con la toalla cubriéndole abajo, atento a que no se cortara, que si lo hacia se terminaba todo y yo debía salir corriendo hacia cualquier otro lado de la casa. Pero más de una vez me arriesgué a ver cómo se limpiaba su sangre e intentaba detenerla con pequeños trocitos de confort. Varias veces me arriesgué a que descubriera el espía de la familia. O quizás siempre lo supo y disimuló. “Perdóname”, dice casi dormido. Continúa llorando porque quizás no le respondo, porque no le di el beso. Vuelve a estirar los labios y sólo lo abrazo. No como esas tardes, cuando volvía del trabajo y era capaz de levantarme con un solo brazo, apretándome tanto contra su pecho que imaginaba hundirme en él. Ahora lo abrazo porque no soporto su insistencia. Ya no me gusta verlo rogar. Pero me suelta y me mira nuevamente. Grita la palabra perdón y quisiera decirle que no es a mí a quién debiera decírsela. Quiere que le diga si lo quiero. Igual que antes me pide que le diga si lo quiero más a él o a mi mamá. Siempre se ha comparado con ella. Siempre la tuvo de rival y se encargaba de hacérselo saber, de la peor manera, siempre le encaró un resentimiento. Quizás por esos constantes enfrentamientos ya no lo busco para espiarlo desnudo, de cerca, mirarle la forma de sus piernas al salir de la ducha y esa desesperada manera de reconciliarse con mi mamá algunas noches. Quizás por eso mi ansiedad al regresar del colegio fue disminuyendo y ya no era mi mayor anhelo mirarlos, tenerlo aunque fuese en mis sueños. “Perdóname”. Vuelve a bajar la voz. Y le digo que lo perdono. Se lo digo para que no llore más y se duerma de una vez por todas. En realidad no sé si lo llegue a perdonar o si ya lo hice. Por el momento, me importa que se calle o que hable otras cosas. Que se ría y se burle de mis maneras. Pero hasta borracho es capaz de analizarme y ahora me pregunta que si me da asco, que por eso no lo he besado. Que quizás ya no lo quiera, que me estoy olvidando de quien me acompaña en este momento importante. Le sonrío y me sirvo el cuarto vaso. Tomo apenas un sorbo. Le respondo que no lo he besado porque tiene la boca manchada con vino y que no me gustó probarlo.


CINCO

Yo quise ese portazo y ahora sumergirme en su cama con el olor entrándome por la nariz a la fuerza el calzoncillo obligándome la respiración con este oxigeno tan caliente ahogándome de su aroma anoche su aroma anoche sin poder dormir quise este amanecer y su portazo y yo completamente solo quise luego estar sumergido y correr a recuperar el olor de anoche ellos sin pausas sin saber cómo me costó cómo no quise dormir sin pausas un gemido sobre otro cómo me costó cómo no quise dormir y esperar luego el portazo en la mañana al colegio no mamá no puedo es que mi muela mamá mentirle y no ir y que se despidan todos se vayan luego que solo es entretenido muy solo y me encierro y su cama y la ropa de ella de noche tan pequeña su ropa de noche se me adhiere justa y huelo a ella me muevo como ella con su ropa como anoche en la cama quiero respirarlo más metérmelo por la boca el calzoncillo pasármelo sobre debajo entremedio a los lados y la nariz y refregarme la cara como ellos ser la mezcla de olor de ellos ser la mezcla de los dos y moverme igual refregármelo como a ella son el perfume más adictivo comerme su calzoncillo pasarle mi lengua la tela tiene sabor es su sabor masticar la tela con su sabor mojar su calzoncillo me ahoga tan rico me obliga a su oxigeno pegado en la tela comérmela quizás un trocito mejor no tragarme un trocito de su olor en la tela mejor no que siempre saben todo que él siempre me descubre y seguirá su propio olor hasta llegar a mi boca y me mirará furioso y arrugará sus cejas y me escupirá en la cara con gritos preguntándome exigiendo me castigará y ella no dirá nada no querrá decir nada le gusta no querrá defenderme le gusta verlo furioso conmigo y sabrá que su ropa de noche me queda tan bien ella se enojará quizás pero no me dirá porque su ropa me queda siempre bien y lo sabe y me gusta que lo sepa que no le agrade tenemos la misma medida un poco parecida elástica su ropa de noche me aprieta las pernas se me adhiere tan bien las piernas se me ven iguales a las de ella mis piernas y el ombligo apenas asomado como el de ella de noche nos parecemos más cierto mamá mira qué bonito me veo y huelo a ti mira qué largas tengo las piernas con tu ropa elástica mira mamá cómo me como el calzoncillo su olor me lo meto mira cómo mastico la tela mira que refriego su tela sobre tu ropa en mis piernas mi pecho mi espalda mi cara de nuevo mi nariz papá de nuevo mi nariz papá quédate quieto para olerte ahí mismo donde nace tu oxigeno papá tu oxigeno me llena los pulmones y no quiero respirar otro aire quizás la mezcla del aire con nosotros tres es un oxigeno mejor papá pero sólo el tuyo me gusta más mira cómo me veo mira qué bien me veo yo también papá tenias razón que soy igual adivinaste que me parezco a ella papá tan sensual dijiste como ella papá mira toca chupa muerde a mí sí me gustan tus dientes papá marcando todo papá mejor encima dejemos que ella mire que se quede ahí  papá que huela la mezcla de los dos que escuche cómo te digo que me gusta más fuerte papá no importa que duela papá a ella le duele a veces los escucho que le duele y tú detienes todo porque le duele papá yo te dejo que sigas aunque me duela me gusta te dejo aunque me duela papá sin detener nada que ella mire que se vaya al dormitorio y se asome en los agujeros y espíe papá hagamos que no sabemos papá quítame la ropa papá chúpame desde abajo y que ella mire escondida que vea cómo me gusta tu presión papá que se asome en algún agujero que mire cómo me quitas su ropa y te gusta más quitármela a mí papá y escuche miamormás como ella miamormás como ella lo digo miamormás escuche su voz en mi voz su cabello en mi cabello papá tu presión sobre mí así de furioso y que duela y tu olor y la ropa de ella y un trozo de tela y el oxigeno mezclado tan sucio dar vueltas y vueltas y vuelta y respirar todo el olor de anoche y metérmelo hasta siempre en los pulmones y sólo inhalar y sólo metérmelo en los pulmones y sólo inhalar que no salga jamás inflarme por siempre los pulmones que no se vaya el oxigeno por mi nariz por mi boca llenarme de aire contener todo el aire que hicieron anoche.


SEIS

Hubiera sido mejor tenerla siempre enferma, doliente, inutilizable. Hubiera sido mejor que ella no lo quisiera tanto y que nos dejara la casa libre para vivirla sólo con él. Ella se esforzó tanto en soportarle el maltrato que ahora se notan mucho más enamorados. Mírala cómo le sirve la taza de té. Mira cómo unta la bolsita con delicadeza para no salpicar y le pregunta si el tinte está bien y la cantidad de azúcar, como si él no tuviera manos, como si ella cuidara esas manos fuertes para saborearlas después con algún golpe. Se sienta a su lado y lo mira, lo mira beber, lo mira comer, lo mira cuando se quema la lengua y ella siente como si su lengua también se quemara y sufre por él. Hubiera sido mejor que al parirnos, el dolor de nuestra monstruosidad se la hubiese llevado por siempre.

 

SIETE

No te vayas, Camilo, la playa es una mentira. Todo su paisaje bronceado es una mentira. Los olores tropicales, sus colores ardiendo en la piel y ese intento de parecer una película del verano de otro país. No te vayas, Camilo que acá nuestra mentira es menos ajena y nos funciona perfectamente. Allá deberás atarla de formas que no conoces y tendrás que moldearte mil veces más solamente para descubrir si alguna te encaja. No me dejes, Camilo que nuestra mentira se queda a medias. Allá verás tantos cuerpos moldeados por alguna paciencia obsesiva, verás cómo el tuyo escasea de paciencia. Serás una tristeza. Las mentiras son tristes cuando no logran convencer. La playa es la mentira menos triste, por eso le gusta a tanta gente. No te vayas, Camilo. El oleaje es feroz cuando menos lo piensas y allá no hay nadie que quiera salvarte del mar. El agua salada está sucia y más salada de lo que imaginas, su arenilla se te meterá hasta en las orejas y cuesta tanto sacarla del pelo. No me dejes, Camilo. Tenemos que continuar lejos del sol, sobre todo de ese que parece bailar en el cielo un ritmo extranjero que sólo ilumina a quienes le creen. La playa es una mentira que traiciona a gente como nosotros. Yo nunca podría traicionarte. Sabes que he puesto tu nombre primero y hasta he dejado de poner el mío varias veces. La playa es una mentira que nunca nos ha incluido. Allá sólo funciona la importancia. El tono exclusivo de sus voces. Nuestro tono sólo se oye acá. No te vayas, Camilo. Allá no te alcanza para su exclusividad. No tienes la altura ni la masa muscular. Sólo somos un tropel de niñitos morenos asomados en cada callejón, esperanzados en alguna plaza, disponibles en cada pagina gratis, atentos tardes enteras al celular. No te vayas, Camilo, la playa no es tu mentira. No tienes esa frialdad profesional de su verano. Apenas te alcanza para vertirte sin excusas al primero que ofrezca lo mejor, apenas para mancharnos de ganas sucias aferrados en alguna pared. Pero la playa no, Camilo. Me dejarás y la playa no sabrá transar con tu mentira. Sólo nos alcanza juntos acá, sin la importancia de sus oleajes ni esa corpulenta exclusividad. Acá mentimos al unísono y es fácil creernos. Conocemos cada forma. La playa no es nuestra mentira y no nos alcanza para aprenderla.


OCHO

 Cuando son siameses asimétricos, un gemelo es más pequeño y depende del otro. Uno puede ser normal o casi normal y el otro incompleto, constituyendo una especie de parásito del primero. Pocas veces sobrevive ambos y siempre quien muere es el más débil. Es importante la realización del diagnóstico prenatal, pues la presencia de gemelos monstruosos plantea la terminación del embarazo desde el mismo momento de su detección. Gemelos monstruosos que pueden hasta acabar con la vida de la madre si no son detectados a tiempo.


NUEVE

Camilo permaneció sentado y la micro ya se alejaba del paradero donde debía bajarse. Iba junto a la ventana y lo miraba por el reflejo, unos puestos más atrás. El sol le pegaba fuerte en la cara, pero no era capaz de cambiarse a la sombra. No se atrevía a cruzarse con su mirada ni mucho menos que se diera cuenta de su llanto. Sintió de pronto cómo algo por dentro, a la altura del pecho, amenazaba con salirse. A veces creía sentir la respiración de él en su cuello, justo en la nuca, como si lo tuviera tan cerca para solo voltearse y volver a besarlo. Sus sienes retumbaban y ya veía por el vidrio alejarse cada vez más de su casa, con él adentro. Se arrepintió entonces de nunca haberle preguntado a su madre qué se hacia cuando el pecho se quebraba. Tuvo ganas de bajarse y correr donde fuera. Quizás llegar a esa casa lejana, más allá de las casitas clonadas en bloque, más allá de los kilómetros cementados, subiendo el mismo cerro que alguna vez subió durmiendo, con los ojos tan apretados para no perder la imagen: enormes arboles con la madre en medio, esperando sin saber qué pero esperando. Y verla justo antes de esconderse el sol encerrarse en su casa, mirando el vacío de adentro, ordenando una y otra vez la posición de cada juguete, peluche. Con una cama pequeña tan quieta y sus ganas de querer arrullar el cuerpecito que la desordene. Entonces la vio tomar un enorme trozo de cartón y comenzar a dibujar en el una pequeña figura de bracitos finos y piernas largas. Con un lápiz de color, pintarle la ropa, detallarle los zapatitos y luego, con gran delicadeza, formarle un rostro. Lo recortó y una vez viendo tanta ternura en las líneas que formaban sus ojos y boca, lo tomó en sus brazos y le cantó una canción de cuna. Camilo vio que ella seguía esperando algo. Lo acariciaba. Pasaba sus manos sobre el cartón como si tratara de calmar a un niño o despertarlo de su sueño profundo. Pero el niño de cartón continuaba sólo siendo eso. Ella lo dejó sobre la cama con mucho cuidado y tomó un trozo de papel. Dibujó un corazón y lo tiñó de rojo. Con un alfiler clavó el corazón de papel sobre el pecho del niño de cartón, sonriendo luego de ver cómo la carita comenzaba a cobrar movimiento y los ojos humedeciéndose por si solos. Camilo vio que el niño la miraba hipnotizado, con el seño triste y unas lagrimas corriéndole por sus mejillas. El cartón de su cara se humedecía con las líneas de su llanto y al caer las gotas, llegaban justo sobre su corazón de papel. La madre, desesperada al ver deshacerse el papel teñido de rojo por tanta humedad, tomó rápidamente otro trozo de papel. Asustada volvió a dibujar un corazón; el niño de cartón había vuelto a ser solo eso. Porque aquí no hay hadas para cumplir sus deseos. Lo recortó y volvió a clavárselo al pecho. Otra vez la vida, pero siempre manifestada en llanto. Cientos de veces Camilo la vio dibujar y clavarle un corazoncito de papel, deshaciéndose cada uno con lágrimas del niño de cartón. Camilo quiso llegar donde ella y preguntarle si a él le pasaría lo mismo por llorar tanto, preguntarle también cómo sanarlo, volviéndolo a poner en su lugar. Pero seguía el sol pegándole en la cara y la micro avanzando. De pronto se cansó de llorar y se percató por el reflejo que él ya no estaba. Se puso de pie y comprobó que definitivamente se había bajado de la micro. Camilo también se bajó y cruzó una calle. Más allá la vio caminar con el niño de cartón. La vio tomada de su manito y quiso seguirla hasta el fin. Camilo le preguntó el nombre de su hijo y la mujer le pidió que él lo nombrara. Camilo sonrió y la madre lo tomó también a él de la mano. El niño de cartón lloraba y Camilo quiso preguntárselo, pero no podía, algo sentía que comenzaba a deshacérsele por dentro.


DIEZ

Amanecer sangrando y querer un poco más


ONCE

No me muerdas tan fuerte por favor que me duele un poco y no quiero quedar marcado porque cuesta tanto desaparecer la mancha disculpa si fue mucho no lo volveré a hacer pero ven que hueles rico y me gusta el sabor de tu piel si quieres te desamarro no no lo hagas que me gusta estar así de atrapado y que me mires como una presa inmóvil es que te ves tan hermoso ahí arrinconado suplicándome clemencia pero a la vez gozando cada mordisco y lamida y golpecito pero recuerda que los golpes tampoco tan fuerte y no es que me duela tanto pero no quiero ni una marca porque cuesta sacarlas y ya sabes que a la gente le asusta cuando el cuerpo tiene muchas cicatrices mejor te desamarro y nos metemos a la cama que acá en el suelo esta muy frio y tienes los labios morados me gustan mas rojitos como de costumbre sé que te gustan rojitos igual que los tuyos y tus ojos así de ansiosos como los míos cuando te veo besándome los pies como si quisieras sacármelos y devorarlos muy hambriento muy deliciosos tus pies y tus huesitos de la espalda también muy sabroso morderlos y verlos como se mueven bajo tu piel mientras te retuerces de tanto que te gusta como te beso sobre todo en el cuello descubriste mi lado sensible que me hace gritar tan fuerte sin importar que al otro lado de la pared hay mas personas intentando lo mismo pero en silencio y es que eso me gusta más aun porque sentirse así de vigilado lo vuelve todo más emocionante y adrenalinico imaginando que se calientan al vernos juntos tan pegado y babosos moviéndonos lentito a ratos muy fuerte después asique mejor amárrame acá en la cama y ahora también amárrame los pies los ojos véndamelos y escúpeme un poquito la cara que quiero imaginar tus ojos ansioso mientras me corre la saliva por las mejillas y no te preocupes que haré lo que me digas lo que te guste lo que te vuelva loco y nos están oyendo así que grita nomas con ganas para que quieran meterse en nuestra pieza pero sufran porque no pueden porque no queremos que nos toquen ni nos besen solo nosotros amárrame fuerte que se me desarman cuando me muevo mucho y tú me haces mover demasiado de tanto besito por el cuello y los pies y acaríciame la cicatriz de la costilla que me gusta tanto cuando la tocas y mejor sácame la venda ahora que quiero mirarte la tuya y besarla también lamerte un poquito ahí que es tan rica tu costilla y pensar todo lo que nos costó saberlo mejor te desamarro completo y nos metemos a la ducha para lavarnos y seguir en la tina mientras yo te lavo y tú me lavas y parecer dos pececitos en un miniacuario con la misma herida en una aleta con las mismas ganas de volvernos a juntar y pegarnos bajo el agua mordernos y sangramos un ratito no importa si quedan marcas ya no me importa si hay mas manchas me da lo mismo hagámoslo nomas que después de esta cicatriz en nuestra costilla otra es lo de menos y falta poquito para irnos así que hazme todo lo que quieras todo lo que quiera bajo el agua sobre el agua mientras te refriegue la espalda y te lave los pies y me pidas más y una gotita roja comience por dibujarnos diluirse con la ducha y mancharnos nomas que por eso estamos aquí que por eso al fin nos encontramos y sin miedo menos mal sin miedo nos quisimos esta vez tanto que escapaste tanto que desconfiaste así el agua está rica sino quema y el ardor del agua caliente es lo único que no me gusta con espuma harta espuma no comas espuma que los besos saben a jabón y me gusta tu aliento a mi también me gusta el tuyo y me gusta tu nariz a mi también me gusta la tuya es la misma nariz y los mismos labios y la mirada no la tuya es más ansiosa y la tuya es mas tímida es que hasta los más parecidos tienen alguna diferencia porque mira este pie tiene los dedos más largos que los tuyos y mi cicatriz cubre más costillas que la tuya no debieron creo lo mismo no debieron quizás hubiese sido mejor para ellos no y es que siempre sentí que algo me faltaba como el mito lo has oído en el colegio yo lo escuché también en el colegio sobre las almas gemelos cierto ya recuerdo y el castigo de los dioses como si en un principio todos fuimos de dos cabezas y ocho extremidades siempre me gustó oír esa historia a mí igual y sentía que me gustaba por algo en especial y luego te conocí y nuestra cicatriz y en nuestro caso no es mito por eso te extrañaba sin saber que existías yo también y hasta soñaba que alguna vez te vería y seriamos así tan cual como ahora igualitos todas las noches durmiendo juntos y comiendo juntos y chupándonos mordiéndonos así mismo sí así mismo en el cuello te resbalas como una lengua gigante es que tu sabor en el agua es más rico aun y te chuparía hasta cansarme la mandíbula pero muerde otro poquito si una gotita más no dolerá tanto que el agua se pone rosada y por debajo parecemos rosados nosotros también como dos pececito mejor como uno rosado tibiecito el pez con ocho aletas y cuatro ojos para mirarse más veces más cierto más y no cansarse de nadar juntos como el animalito mas extraño del océano pero no tragues espuma disculpa mejor cambiemos el agua que nos queda poco rato acá.


DOCE

Pudo haber sido más entretenido el castigo, pero usted no supo nunca cuánto me gustaban sus manos furiosas. Esas marcas que ardían en mi espalda y su cara bosquejada con rabia gritándome lo malo, lo vergonzoso, lo sucio. Pudo haber sido un juego entre usted y yo. Siempre descubriéndome, como un adivino o como si vigilara todo el tiempo mis movimientos, esperando, atento. Siempre tomé el que usted se quitaba antes de irse a duchar. Lo dejaba en el mismo lugar todos los días. Todos los días me encerraba a olerlo. Caía en su cama y me sumergía con un poco de usted en mi nariz, el único poco de usted que siempre tuve tan dentro mío. Usted fue mi oxígeno, pero pudo haber sido más. Tal vez eso quiso y no supo cómo decírmelo. Tal vez era su juego mantener el silencio y no volver las cosas tan falseadas. Yo lo deseé así. Lo soñé así mil noches. Le robé cuanto olor fuese posible, me encerré cuantas veces pude, lo espié. Quizás usted intentaba decirme algo con esa fuerza sobre mi delgadez. Quizás sabia cuánto me gustaba su brutalidad y simplemente nuestro juego constaba con reglas sobre el silencio, lo secreto. Pero pudo haber sido más entretenido su castigo. Me lo imaginé todo el tiempo. Siempre los dos, sólo los dos. Y una eterna noche con su oxigeno caliente, marcándome su rabia, jugando con mi delgadez, con su violencia.


TRECE

No se detenga. Siga de la misma forma que el ardor me aturde y eso me gusta. No me quite la mirada, no me quite sus manos, no me quite el peso de encima que lo huelo tan de cerca y sólo de cerca huele bien. No se detenga. Aún nos queda tiempo. Venga, no se aleje. Otra vez no me haga arrinconar todo esto. Ya me he cansado de tanto silencio y paredes y mis manos, sólo mis manos y usted tan distante, moviéndose en otros rincones, sin mi fragilidad como victima de su violencia. Usted se va y yo no respiro. No quiero extrañar de nuevo los surcos que le da a mi espalda. Esto no huele a nada cuando usted comienza a cerrar la puerta. Y a mí me hablaba de miedo, cuando sólo veo ahora el miedo llevándoselo de mis ganas. No cruce, no se desvíe que lo pierdo de vista. Aún nos queda tiempo. Aún nos queda tanto que arder y me deja este viento frío erizándome los vellos. Usted se pierde de mi lado y el oxigeno se vuelve tierra y me sangra por dentro al respirar. No se aleje tan rápido. Déjeme por lo menos seguirle el paso. Oír siquiera esa dureza de sus pasos. Acompasar mis pasos con los suyos. Usted vierte todo en sus pasos y yo ya quiero volverme su suelo.


CATORCE

Ojalá no descubran este nuevo agujero. Esta puerta del dormitorio es nueva y la madera fue un poco dificultosa. Ya han tapado otros. El único que aun no descubren es el de la puerta del baño. Ese no se nota; lo hice justo en la cerradura que es bastante antigua y sólo debí agrandarle el ojo. Es el mejor agujero: justo enfrente a la ducha. Lo puedo ver entero cuando se mete. Afortunadamente la cortina es un plástico transparente y logro ver todos sus movimientos bajo el chorro de agua. Me aprendí de memoria el orden que tiene para lavarse: siempre comienza por sus brazos y se enjabona las piernas. Se toma tiempo en sus piernas. Sube y baja la esponja desde sus muslos hasta los tobillos. Los pies los sube al borde de la tina para limpiarlos con paciencia. A veces se queda quieto y parece relajarse con el agua cayéndole por la espalda. Tiene la espalda tan grande y tensa que debe imaginarse un masaje cuando afirma su cabeza en la pared y deja que la ducha haga todo el trabajo. Nunca sale antes de unos quince minutos. Por suerte se mete al baño varias horas antes que el resto regrese a casa. Somos sólo él y yo todas las tardes. Cuando abre la cortina, termina tan relajado, que se seca bastante lento, cuidando que ni un rincón le quede húmedo. Tiende a refregarse con la toalla insistentemente en sus partes más velludas y es en ese momento, con su cuerpo justo frente a mis ojos, cuando algo me retuerce el estomago, la saliva se me acumula en la boca y la respiración parece que se me oyera en todo el barrio. Nunca se viste en el baño. Se envuelve con la misma toalla, se mira la cara un rato al espejo y sale directo a su dormitorio. Ahora podré ver cuando se viste. Cuando elige su ropa interior. Cuando se recuesta un rato solamente en ropa interior. Antes podía verlo desde unos agujeros que hice en la pared que separa su pieza con la mía –de mis hermanos y mía, ya que siempre la hemos compartido-. Eran dos a una altura suficiente para verlo de pie sobre mi cama. Desde mi pieza los tapaba con dibujos que pegaba como parte de la decoración. Sólo fue cuestión de suerte que no se percataran, hasta que un día pintaron su dormitorio y los taparon sin preguntar nada. No creo que hayan sospechado algo; esta casa es antigua y ya tenia varios agujeros cuando llegamos a habitarla. Si descubren este nuevo de la puerta, no creo que piensen lo mismo. Pero es perfecta la vista. La cama se ve completa. Los de la pared apenas me dejaban verlos un poco. Cuando él se vestía, no podía mirar hasta más debajo de su ombligo. Estaban justo al lado de la cama. A veces hasta sentía el cabello de mi mamá que se metía por entremedio y me pinchaba el ojo. Este de la puerta no creo que sufra interrupciones; nunca se paran altiro luego de hacerlo. Lo único malo de este trabajo, es que debo hacerlo cada vez que nos cambiamos de casa.


QUINCE

No me diga que estoy mal. Si esto huele pésimo sólo ha sido porque usted se fue antes de tiempo. A mí no me gustan las despedidas a medias y aunque sea mi madre, ella pudo haberlo esperado un rato más. Pero ahora viene a gritarme como cuando me escondía en los armarios temblando por su rabia. Y ahora viene a culparme de todas sus fisuras. Usted no sabe cómo he tenido que envolverme este tiempo, sin luz, sin nadie para hablar. No me diga que todo empeorará porque yo quiero. Usted no sabe lo que quiero. Nunca lo supo y por eso siempre me encerró cuando me descubría arrinconado. Ahora déjeme ir nuevamente. Ya me gusta este pésimo olor que tanto le espanta. Aquí no tengo a nadie que le pueda molestar. Usted pierde su tiempo. No me temblarán ni las rodillas. Déjeme ir. Yo me sé envolver solo. Aprendí otros rincones y ni usted ni los otros sabrán cómo sacarme. Mis culpas se quedaron en su cuarto. Allá con mi madre se quedaron los miedos que a usted tanto le gustaban de mí. No me diga que estoy mal. Acá sin luz me he sabido envolver sin nadie para hablar.


DIESISEIS

Tengo 17 años y me pusieron un nombre que nunca me ha gustado. No suena bien y creo que es una exageración tener que decir siempre el primero y el segundo como si formaran uno solo. Tengo la misma estatura que a los 13 y me dicen que no creceré más por haber sido malo para comer. Me dicen también que así de flaco cualquiera podría tratarme mal y que no podré cuidarme solo allá afuera. Tengo ganas de irme de casa, pero insisten –aunque no saben de mis ganas por irme- que no duraría ni dos días sin la protección que me dan a mí y a mis hermanos. A veces creo que habría sido el hijo más feliz si ellos se hubiesen separado. No habría llorado ni extrañado nada. Varias veces soñé que se peleaban hasta el punto de despedirse para siempre y luego verme solamente con mi mamá, llevándome al colegio, recibiéndome luego del liceo y sintiéndose orgullosa por verme entrar a la universidad, sólo a mí porque también siempre quise ser el hijo único. En dos meses más cumplo la mayoría de edad, pero no creo aguantar hasta ese día para poder irme de acá. Creen que nunca podré vivir sin ellos y, sin embargo, fui yo el que cuidé por mucho tiempo a mis hermanos mientras ellos trabajaban día y noche. No se los reprocho. Después de todo, creo que gracias a eso ahora siento que puedo vivir bien –mejor, incluso- sin ellos a mi lado. Mañana lo haré. Dejaré todo listo esta noche. Sólo me llevaré un poco de ropa y mi diario de vida. Tengo buenas amigas, así que no pasaré hambre los primeros días. Por suerte no soy bueno para guardar cosas; ni tengo una cajita de recuerdos ni necesito objetos para recordar. Sólo las cosas buenas se atesoran y lo único bueno que me ha pasado es mi abuela, pero no está aquí y tampoco me conviene que se entere de mi fuga. Sólo ella podría comprenderme estas inmensas ganas por irme de la casa, pero también se preocuparía de mi mamá y no tardaría en contárselo. Las huidas siempre deben ser solitarias. Siempre he sido solitario. Sólo creo que imaginar la tristeza de mi mamá me preocupará un poco. Quizás la extrañe los primeros días allá afuera.


DIESISIETE

Lo que más me gusta de cuando me dice Camilo, es que mueve la boca como si fuesen dos pececitos.


DIESIOCHO

Temblar de ganas. Sentir que al menos la oscuridad podría ayudar. Llevarnos a un rincón. Sudar sólo de nervios por no saber cómo les gustaba. Verme solo. Verlos tan cómplices organizando cada agarrón. Temblar de ganas. No saber si al hacerlo les continuaría gustando. Sentir la presión arrinconada. Dar mil vueltas por si algún lado les pareciera cómodo. Y romper. Vertir. Temblar aun. Soltar mis manos y jugar como ellos quisieron. Y lo que quisieron se volvía peligroso. Temblar aun. Que lo peligroso fuese lo mejor. Que sus manos sin frenos fuesen lo mejor. Que mi temblor les pereciese lo mejor. Que lo mejor ya fuera un trozo menos, un brote más, unos gritos desbordados, las manos perdidas, perdidos todos entre la furia, entre las ganas, entre mi temblor, entre la fuerza de tantos brazos queriéndome. Y de pronto ya nada me temblaba. Su juego era otro. El suelo. Un cielo negro. Ramas por testigos. Mi ausencia de temblor y el aburrimiento de sus manos, buscando cómo recontinuar todo. Y que todo no quede en nada. Y mis ganas cansadas. El afán de su furia. Mi silencio. Y mi silencio parecía también gustarle. Callé todo lo que pude. Parecían divertirse nuevamente. El suelo y sus duros pasos. El suelo y sus risas. El suelo y yo tratando de aferrarme a su fuga. El suelo y luego mi marca, luego mi nuevo nombre, quizás como evidencia de nuestro juego, quizás como nuestro único código para luego reconocernos y volver a temblar. 


DIESINUEVE

 Tiene los ojos clavados en su pequeña hermana. Había dejado de llorar no hace mucho gracias a la madre que la había tomado para sentarse a darle pecho. Sólo eso podía callarla y el niño lo sabe muy bien. Como todos los días está sentado junto a la madre fingiendo disfrutar de la telenovela que ella ve. Mirando la tele y clavando los ojos nuevamente sobre su hermanita que se mantiene apegada, con su boquita diminuta abierta, chupando con desesperación, gimiendo de repente, como gozando cada resto de lecho que succiona, apretando también con su manito, queriendo quizás comerse el pecho de su madre. Él mira como si fuse una escena nunca antes vista, un poco agitado, con la frente inundada en sudor y se da cuenta que los ojos de su madre se han clavado en él como preguntándole sin decir nada que por qué miraba tanto cómo su hermanita le chupaba el pecho. Pero él se ha quedado inmóvil, perplejo por esa mirada que le va pesando aunque continua mirando de reojo como esa diminuta boca, cubierta de leche, ya ha dejado de succionar, dejando ese botón rosado a la vista, húmedo en la punta con ese circulo que lo rodea muy colorado, como si ardiera, como si esa succión desesperada de la niña lo hubiera irritado. Y le gusta. Casi sonríe pero sabe que la madre permanece interrogándolo con los ojos. Sonríe y por dentro desea llorar, llorar tanto que incomode la tranquilidad de su casa para que así la madre corra a abrazarlo y apretarlo contra su pecho, metiéndole su botón rosado en la boca no tan diminuta para poder calmarlo con esa tibia leche que succionaría con mucha fuerza, apretando con su mano también para que salga más, porque debe ser suavecita la piel y blanda como un trozo de gelatina y quizás con su lengua jugar en ese botón rosado que continúa a la vista, goteando, ardiendo y la hermana pequeña que vuelve a succionarlo con desesperación, escuchando de pronto a la madre decirle que él era igual de llorón, pero que no pudo nunca darme pecho como a mi hermanita, así que tenia que hacerme leche en un pequeño biberón que yo succionaba con la misma desesperación creyendo que era su botón rosado, un poco más duro y seco. En realidad no sé, nunca supe si lo tuviese tan duro como el chupete de la mamadera, pero veo a mi hermanita tan obsesionada que seguramente debe ser lo mejor probar a mi mamá. Ella me dice ahora que me acerque, que trate de imitar los movimientos de la boquita de mi hermana, que ojalá me olvide que tengo dientes y chupe esa leche que saldrá tibiecita pero con un sabor muy extraño en comprobación con las otras leches que he probado. Quiero hacerlo, quiero hacerlo más que nada en el mundo, pero no me atrevo. Me da vergüenza que mi mamá me tome en brazos y yo le agarre con tanta desesperación. Me insiste. Yo sólo sonrío. Miro a mi hermanita y la veo aún tan feliz con su botón rosado envuelto en leche. Me dice mi mamá que antes ella no me podía dar porque no tenía nada formado, era muy joven y se dañaba al más mínimo roce. Que ahora lo haga. Que ya estoy grande y sabré cómo succionar. Sólo tengo que dejarla tomarme con su otro brazo y sentarme en su otra pierna. Somos los dos ahora que bebemos de la mamá. Y pareciera de repente ser una competencia. Quién bebe más, quién la daña menos, quién logra ser el preferido de la mamá. Es raro el sabor. No me gusta. Quizás me gustaría si lo hubiese hecho desde el principio. No sé cómo mi hermanita se tranquiliza tanto con este sabor. Su llanto que puede ser escuchado casi en el barrio entero, se acalla cuando mi mamá la toma, la abraza y le da de su botón rosado. Yo prefiero seguir mirando. Ella me sonríe y me dice que cuando quiera estar tranquilo la busque, que tiene lo suficiente para todos los hijos. Me basta con que me abrace y ver de cerca cómo mi hermanita sigue tragando, sigue apretando la suavidad de su piel, esa tibieza que le corre por la boquita, un poco extraña pero que pareciera absorber toda la tristeza del mundo y volver un estadillo en el silencio más sereno. Es quizás un don de mi mamá.


VEINTE

Tiene una herida que jamás cicatrizará. Es lo único que nos diferencia cuando estamos frente al espejo. Ni la voz ni el rostro nos ha delatado cuando jugamos a confundir al resto. Imitarnos siempre ha sido fácil: basta con intercambiar ropa. Pero la partida no es imitable. Solo nos gusta cuando jugamos bajo la ducha. Tocársela es lo único entretenido. Una herida que no le duele. Yo se la acaricio con cuidado. A veces pienso que se le puede agrandar si soy violento, pero termina pidiéndome que meta los dedos y varias veces he sentido que por dentro se derrite. También se agranda, es como una boca. Al otro día vuelve a ser más pequeña y cerrada. Yo le he dicho que me gustaría tener esa partida también. Su ropa interior se me vería menos ridícula y hasta imitarnos desnudos seria fácil. Pero me toca y dice que así le gusta más. Yo siempre he querido su herida. Es linda y parece cómoda. Seria divertido sentir lo mismo cuando se la toco. Quejarme igual, derretirme por dentro, abrirme y volverme a cerrar. Pedirle sus dedos, jugar con los míos también, ser completamente iguales o que tuviera lo mio y yo poder tocárselo. Hacer lo que me hace y decirle al oído, como varias noches lo ha pedido, que se lo ponga aunque sea un ratito. Pero debo usar su ropa y peinarme menos para que me llamen por su nombre. A veces jugamos a imitarnos pero sin ropa, solo los dos, y hacemos como que me toca la herida. Yo imagino que lo tiene duro, me dice que me lo pondrá despacio. Imaginarme que la partida se me agranda sólo cuesta cuando siento que soy yo quién debe chocarle. Y nos derretimos juntos, casi siempre al mismo tiempo; pero el juego preferido siempre ha sido con ropa, al menos para mí, frente al resto, confundiéndonos de nombre, sin si quiera sospechando ellos de esa herida que tanto nos diferencia.


VEINTIUNO

-Yo sé coser mejor.

Camilo le quita la aguja a Josecarlo y extiende aun más el hilo. Le pasa la botella después de tomarse un sorbo y le dice que tome harto sin respirar. Lo acerca aun más a él y despliega la cicatriz de su costilla para medirlo con la suya. Los dos vuelven a tomar un largo sorbo y Camilo enhebra para comenzar con la costura.

-No mires si crees que te dolerá y respira hondo.

La primera puntada hace que Josecarlo se aleje de un sobresalto y rompa el hilo. Camilo cae al suelo y comienza a sangrar aún más. Toma la botella y se moja la cicatriz. Busca la aguja y le dice que no podrán unir nada si mantiene su cobardía.

-Tú mismo me pediste que lo hiciéramos. Temes que me vaya y temes también volvernos a juntar.

Encuentra la aguja y vuelve a extender el hilo. Josecarlo le pide hacerlo él, porque sólo así podrá soportar las puntadas. Camilo no le quiere pasar la aguja y se pone de pie.

-No sabes cocer. Tiemblas demasiado y ya me estoy cansando de sangrar.

Se agarra los pliegues de su cicatriz y los cose rápidamente. Moja con la botella los bordes y se encierra en el baño. Josecarlo sólo mira su costilla y no sabe qué hacer con tanta sangre que se le escapa. Quiere entrar al baño y le pide que abra la puerta. Le pide que lo perdone y que no volverá a dudar. Camilo no le responde nada, sólo se oye la ducha y Josecarlo decide coserse los pliegues de su cicatriz.

-Mejor déjame solo. No quieres realmente pegarte a mí. Deberías irte y correr donde tu mamá. Yo ya aprendí a estar sin nadie para hablar.

Esa noche los gemelos no durmieron juntos. Cada uno en su lejanía quiso pensar, reinventar una nueva forma para volverse a adherir sin temer tanto. Se extrañaron y descubrieron que ya no podían seguir más tiempo apartados; la cicatriz se les cerraría completamente y la idea de volver a unirse podría llegar a ser mucho más dolorosa e incluso mortal.










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