El digimundo de las putas
foto x Roberto Gaete |
Dentro de todas mis
situaciones angustiantes, cuando pierdo el celular ha sido una de la más
terribles. Cuando he perdido o me han quitado mi celular, he sentido que pierdo
clientes, que pierdo mi herramienta fundamental para trabajar. No trabajo en la
calle, así que no se me hace fácil salir a una esquina a ofrecerme sin
necesitar mi whatsapp. Mis clientes están acostumbrados a que cambie de
teléfono. No recupero el número; solo me compro otro chip en la cuneta. Chip a
luka y actualizo mis redes sociales. Mi blog (el blog de Camilo) es lo primero
que actualizo con el número de turno. Luego Instagram, Facebook, Twitter y las
publicaciones en las páginas web para escort
masculinos.
Puede ser cierto
que la hipermediatidad que generan las redes sociales espante clientela cuando
se trata de una prostitución discreta en una sociedad tan pacata y
heteronormada. Sin embargo, generar contenidos que se viralicen como solo en
internet se viralizan las cosas toma mucha importancia cuando es contenido
negado y criminalizado: la libertad de hacer con tu cuerpo lo que desees, en
este caso, cobrar por sexo. Y así como se pierden clientes paranoicos, se ganan
nuevos clientes menos culposos y más resueltos con su deseo de pagar por sexo
virtual o presencial. Basta con perder el miedo a “no encajar” en ese mercado
sexual que solo potencia prostituciones silenciosas y normadas. Hay gran
potencial también en nuestras rarezas, en las disidencias de nuestra forma de
ejercer esta extraña prostitución.
Instagram me ha
parecido una escuela digital de trabajo sexual contemporáneo. Las putas
feministas estamos en la web no solo captando clientes (que es nuestra
principal preocupación, sino no hay comida), sino que también reivindicando
nuestra visibilidad en un mundo que nos quiere arrinconadas en la oscuridad,
serviles, ocultas y obedientes.
Gran parte de
nuestro ciber-prostitución es viralizar escandalosamente lo que una como puta
piensa. Lo que deseamos y hacemos. Nuestras estéticas y voces como virus
seductores de la web. Somos una insolencia digital. Ofrecer servicios y
responder preguntas en las historias de
Instagram. Una insolencia porque todas estas redes sociales no dan cabida al
trabajo sexual. Hasta Tumblr, que estuvo deviniendo en una nueva plataforma
porno, tuvo que re-configurar su normativa para prohibir explícitamente
pornografía y prostitución. Así también con Instagram que entre sus
prohibiciones tiene explicitada la prohibición a ofrecer servicios sexuales.
Nos eliminan imágenes, videos, nos reportan y nos bloquean las cuentas. Muchas
veces me han inhabilitado cuentas y he tenido que aprender a hacer circular mi
trabajo de forma más sutil e implícita. En Grindr me han reportado las veces
suficientes como para ocuparlo cada vez menos. Y es que también lxs usuarixs de
internet son usuarixs-policia. Consumidores y vigilantes.
Por lo mismo, por
ese régimen de ciber-control que se ejerce en esta sociedad digital, gracias a
la placentera trampa de internet, el trabajo sexual en el “digimundo” tiene
gran potencial subversivo. Pienso en Digimon cuando pienso en nosotras. Somos putas
digimones. Habitamos la digitalidad
con nuestros desbordes que pueden calentar mucho, pero también espantar
bastante. Y no solo al esperable núcleo familiar hetero, sino que también a
nuestras mismas compañeras putas de la discreción. Pues cierto activismo no se
queda atrás con su “putidigimonsterfobia”. Quieren acabar con nuestro
“digimundo”, hacer inhabitable nuestras ciber-existencia y que colapsemos como
una maquina hackeada, sin embargo, la
sabiduría digital esta más de nuestro lado, porque sabemos usar los circuitos
del deseo y sus conexiones multimediales, sabemos movernos como virus y estar
en fuga constante de estas formas de control y censura. Nos cierran una pagina
web, pero nosotras nos inventamos nuevas formas. Nos inhabilitan algún perfil y
no nos tardamos en crear otros alter-egos, otros avatares cibernéticos para
continuar con el porno-atentado que significa nuestra existencia. La insolencia
de la ciber-prostitucion en momentos donde las redes sociales dan un vuelco a
lo familiar es un porno-atentado. No creer en el mito de la discreción es un
porno-atentado. No importarnos el mito de la decencia es un porno-atentado. No
tenerle miedo a la hiper-viralización de nuestro sexo es un porno-atentado.
Somos el riesgo virtual de (mal) influenciar con nuestras ciber-tentaciones. El
“digimundo” es un mundo en disputa y nosotras llevamos la delantera.
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