Nuestro nombre es Roxana Miranda
La poética del resentimiento de Roxana Miranda fue lo que me
enamoró de su irrupción pública. Desde que la vi sobre grúas, en la toma del
rio Mapocho y hoy en debates frente a frente con el poder, no he dejado de
convencerme cada vez más que ella le ha devuelto a la política todo eso que
esta democracia burguesa dirigida por neoliberales ha intentado neutralizar: el
antagonismo de clases resurge con las trenzas de Roxana para tensar lo
aburridor de la política nacional. Es difícil, incluso para quienes no voten
por ella, ignorarla. La critican por demasiado radical, “peligrosa”, resentida.
Otrxs la reivindicamos desde esa misma radicalidad que lo vuelve todo peligroso
cuando es el resentimiento lo que se politiza para encarnar un discurso.
¿Cómo
no aparecer con la huella del odio en una sociedad que sólo ha tenido que
preocuparse de trabajar en pésimas condiciones para, más encima, ser reprimidos
día a día? ¿Cómo no levantarse con el impulso violento de querer expulsar del
país el fascismo personificado en los mismos de siempre? ¿Se puede vivir sin
resentimiento en medio de una dictadura neoliberal?

Yo creo firmemente en el
odio como paridor de la historia. El resentimiento ha sido el impulso de muchxs
subalternos que hemos decidido tomarnos la palabra y emanciparnos de la lágrima
comercial. No denunciamos nuestro dolor desde la victimización llorona, sino,
más bien, desde nuestra rabia consciente y colectivizada. Yo, como prostituto
feminista, estoy convencido que sólo colectivizándonos en un movimiento social
critico podremos cambiar –en la desmedida de lo imposible- este sistema que nos
reprime.
Roxana Miranda no es una individualidad pidiéndonos votar
por ella. Roxana Miranda no ha surgido como una dueña de casa que quiera
defender los mecanismos sospechosos de esta democracia de los acuerdos, de los
votos personales, de los brindis entre las mismas familias que llevan siglos adueñándose
de nuestra tierra de forma violenta e inmoral. Esta candidatura es una
irrupción, un destello que se agranda con los días, un conjunto de gritos
exigiendo justicia ya sin permiso ni diplomacia engominada. Roxana Miranda es
mi nombre también. El deseo que nos reúne va más allá de una campaña
presidencial; el mirandismo responde a esta necesidad de articular un
movimiento social repleto de identidades, desobedeciendo conscientemente ese
imaginario individualista de ubicar homosexuales con homosexuales, mujeres con
mujeres, transexuales con transexuales. Roxana Miranda es trans, lesbiana,
madre abortista, mapuche, trabajadora sexual; Roxana Miranda es la
multiplicidad de subjetividades que hemos decidido colectivizarnos para
decapitar la burguesía religiosa y empresarial de Chile.
Que el Pueblo Mande es la consigna peligrosa para el poder.
Una mujer aterroriza a la clase dominante. Pero no es cualquier mujer. No basta
con el género para el mirandismo. Michelle Bachelet y Evelyn Matthei también
son mujeres, pero blancas, burguesas, de derecha y completamente abiertas al
mercado de la individualidad. Roxana Miranda es madre soltera como Michelle,
pero jamás será lo mismo cuando una puede hablar de su autonomía desde la
comodidad de unos tacos neoliberales y la otra desde su precariedad históricamente
abusada. La piel morena de Roxana nos encara la realidad social sin maquillajes
caros ni perfumes sospechosamente seductores. Porque Roxana enamora sólo a
quienes hemos estado, al igual que ella, endeudados por la trampa de esta
dictadura neoliberal. Estamos recién comenzando esta porfiada irrupción. Nuestra
resistencia sin permisos será el nerviosismo de esta democracia en transacción.
Si vamos a luchar, será sin olvido ni perdón.
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