La discapacidad del sexo





 La prostitución exige ciertos niveles de funcionalidad corporal. Cuando ofrezco mis servicios se supone que ofrezco un cumplimiento con las normas establecidas de belleza y salud. De parte de los clientes, basta con tener dinero. Poco debe importarme como puto si quien me paga tiene algo que ver con mis gustos personales. Una vez un colega me habló toda una tarde de sus clientes “discapacitados”. Hasta el día de hoy no he vuelto a escuchar a ningún puto relatando esos encuentros con tanta satisfacción y orgullo. En Chile la sexualidad de ciertas personas parece no existir.

Hace un tiempo recibí al Whatsapp un mensaje de un chico explicándome que no caminaba. Yo nunca había atendido a una persona en silla de ruedas. Mis clientes hasta ese momento eran personas con todas sus capacidades motrices en “buen estado”. Si bien me provocaba mucho nerviosismo atender por primera vez a un cliente con “movilidad reducida”, en el fondo era ese mismo nerviosismo de toda primera vez. Quise decirle que sí de inmediato. Me resultaba incomodo tanto para él como para mí tener que evidenciar mucho su particular diferencia.

Con toda esa inseguridad de puto inexperto esperé que llegara. Puse pornografía para pre-calentarme. Cuando llegó solo tuve que abrirle la puerta y esperar que entrara con su silla. Estaba muy perfumado y su sonrisa ansiosa me calmó un poco los nervios. Le ofrecí algo para beber, pero prefirió pasar de inmediato al dormitorio. Sus movimientos eran muy decididos y mientras me pasaba el dinero, me pidió que solo me preocupara por metérselo bien. Se quitó la ropa sentado en su silla. Yo por cortesía le ofrecí desabrocharle las zapatillas, pero no quiso. Me fui relajando a medida que fue demostrándome lo autónomo que resultaba ser. Tuve temor de no poder funcionar, pero no me costó mucho calentarme al verlo recostado boca abajo sobre la cama. Sus instrucciones fueron que le partiera el culo sin consideraciones particulares. Tenía la fantasía de ser abusado.  “No podré escaparme de ti, Camilo. Métemelo sin lastima”. Quiso que atara sus manos a la cama y que le abriera un poco más las piernas “para que entre entero”. Fui todo lo brusco que me pidió ser. Me provocaba mucho tener ese control sobre su cuerpo.  

La fantasía del abuso sexual no es lo mismo con un cliente que puede ponerse de pie en cualquier momento. Si no hubiera sido por su insistencia en ese sometimiento y dolor, todo el imaginario lastimero de la Teletón con las personas “discapacitadas” no me habría permitido complacerlo. Quiso que acabara sobre su cara, pero que lo siguiera penetrando con mis dedos. No desamarré sus manos hasta después de chorrear en su sonrisa ansiosa. Él no necesitaba eyacular para quedar satisfecho.

Mientras se vestía me contó lo difícil que le resultaba encontrar putos que quisieran atenderlo. Odiaba a Don Francisco y toda la lastima de un país que se supone solidario, pero que se olvida de ciertos disfrutes sexuales. Cuando se montó en su silla le agradecí la experiencia y le regalé un beso. Le abrí la puerta y me dijo que los putos no besábamos clientes, que no hiciera la diferencia con él. Le encontré toda la razón y cerré la puerta. Hace tiempo no sentía toda esa satisfacción que siente un puto en sus primeras veces.



"Diario de un Puto" The Clinic 2015

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