La herramienta erotizada

 







Quizás fue algún recuerdo de mi niñez, cuando acompañaba a mi papa en sus pasatiempos entre las herramientas que se compraba, que mi mama le regalaba o que simplemente había heredado del taller de herramientas de su padre. Martillos, clavos de distintos tamaños, tornillos diferentes, prensas, taladros y los dildicos destornilladores (o atornillador, da igual). Quizás fue ese recuerdo tan erotizado como de costumbre con mis recuerdos de mi niñez incestuosa, caliente con mi papa. Pero me pasó una noche que quise entregarme a un ritual de masturbación y autocomplacencia tanto narcótica como visual. Me compre 1 gramo de cocaína y puse porno en mi computador. Tras cada línea que inhalaba iba condensándose aún más en mi cabeza un morbo que cumpliría en mí esa noche. Nada muy planificado, solo esa narcolujuria que muchas veces me hace sorprenderme de mi mismo y probar cosas nuevas con mi sexo. Esa noche la categoría del porno que vi solo se mantuvo en “solo”, o sea, hombres masturbándose pero de forma anal. Era lo que se me condensaba en mi cabeza tras cada línea que me metía a la nariz. Sentía unas enormes ganas de meterme cosas por el culo al igual que los actores de la porno en mi computador. Esa noche no tenía dildos. Recuerdo que entre la eufórica pero silenciosa calentura de mi cuerpo drogado me puse a buscar entre las distintas cosas posiblemente introducibles, pero nada lograba tranquilizarme, no encontraba algo lo suficientemente dildico y que no me hiciera daño al interior de mi recto. Una línea y otra línea, ya no quería esperar más y de pronto entre muchas cosas apiladas encuentro un minidestornillador con manguito de goma y punta redondeada. Era muy pequeño y si estaba ese en versión mini, pensé, tenía que estar la versión grande. Lo terminé encontrando. Era perfecto. Lo que importaba era su mango. Un mango muy cómodo y confiable, sin riesgos de rasgarme por dentro, punta redonda y de un grosor “aceptable”. Le puse un condón y lo empolvé de cocaína. Quise emular esas posiciones de los actores porno que exhibían sus masturbaciones anales y también me calentaba grabarme esa masturbación con mi dildo improvisado.

Creo que no necesitaba un dildo realmente dildo. Creo que esa improvisación bastaba y ese destornillador nunca más lo volví a ver como una simple herramienta. Fue mi herramienta de la autosatisfacción de una noche narcosexual. Me tenía hirviendo el hecho de que fuera una herramienta tan masculina, el fierro de su extremo que se introduce en los tornillos para girarlos y meterlos o sacarlos. Sin embargo, no me fue suficiente y quise engrosarlo aún más. Use mi ingeniería del placer masturbatorio. Los condones nunca me sirvieron tanto como esa noche. Envolví el mango del destornillador con un gorro de lana. Contuve ese gorro con 2 condones para darle firmeza y el mango de la herramienta ya parecía un dildo mucho más grueso y carnoso, desafiante para mi culo en llamas. Jugué toda la noche, entre rayas de cocaína y cientos de videos de masturbaciones anales. Me grabe con el celular de ese momento. Me introduje, me lo quitaba, jugaba entre mezclas de lubricante polvoreadas de cocaína y trataba de generarme buenas tomas de cómo iba a entrar esa artesanía dildica por mi culo. Nada fue frustrante. El mismo hecho de la dificultad lo volvía todo aún más caliente. Mi morbo máximo era estar así toda la noche, inventando desde qué ángulo y qué mecanismos inventar para ya no solo introducirme el dildo improvisado con las manos, sino también con circuitos de movimientos. Como una mini sex machine artesanal.

Ese registro lo perdí cuando perdí ese celular, como tantos celulares en mi vida de puto milenial.

Pero hace muy poco, en un contexto de rifa transmitida por Instagram, donde quería juntar dinero, ya que no pude trabajar por varias semanas debido a que me estaban funando en las redes sociales; querían verme quemada en la plaza pública x obscena. En ese contexto quise premiar a toda la gente que participó de la rifa colaborando de una u otra manera. Mi regalo de agradecimiento fue una transmisión en vivo por Cam4 después de ser lanzada la rifa, pasado la media noche. Quise encarnar ese recuerdo de mi noche con narcosexo introduciéndome un destornillador por el culo.

Había que generar el mismo contexto del recuerdo. Cocaína, un destornillador y mi computador transmitiendo esta masturbación anal por internet. Tuve de cómplices esta vez a 2 amigxs. Uno me filmaba (Ali Carreño) y el otro me calentaba (amante anonimo) con las líneas que iba dibujando. Cuando salí a escena estaba completamente drogada. La lujuria de mi estado drogado estaba concentrada en meterme cuanto antes ese dildo improvisado por el culo. Así fue y recordé en mi recto toda esa morbosidad que me había generado la mezcla de estímulos. Le había pedido a otro amigo que me musicalizara esta transmisión (Benjamín Arcila aka Hombre de Luz) y me envió una pista hecha especialmente para mi masturbación anal con sonidos industriales y gemidos pornográficos. Esto era al ritmo de las maquinas. Mi ano como un agujero invocando máquinas y herramientas erotizadas. Ya no la herramienta del macho obrero, constructor que arregla estructuras con clavos y martillos, sino la herramienta masculina subvertida en dildo improvisado para masturbarme el recto porque no tenía otro dildo, porque, sobre todo, no quise un dildo real, me bastaba con volver a ese morbo riesgoso del fierro al borde de ser tragado por mi culo.

La exhibición de una sexualidad cruzada por la droga y la memoria de una niñez incestuosa. Como se refleja en la pornografía contemporánea. El boom de la exhibición de una sexualidad virtualizada, ya no solo por industrias millonarias del porno en HD, sino que también por esa intimidad que ya no quiere ser privada y se exhibe en la internet en un sinfín de categorías incategorizables, a veces incomodas, a veces que rozan con lo ilícito, pero que sin embargo, proponen más espacios para compartir los deseos que se desbordan en nuestra imaginación y que no pueden ser contenidos por 4 paredes de un cuarto propio y clausurado.

Me gusta pensar en la sexualidad grosera, en la obscenidad del deseo, ir más allá de lo higiénico y saludable, ir más allá del sexo equilibrado. No hay equilibro. Solo hay goce y en ese goce un microterrorismo. Lo más importante de estas sexualidades microterroristas es que son peligrosas porque gustan, porque no solo gustan, molesta que gusten y mientras se masturban mirándonos, están odiándonos por eyacular gracias a esta obscena y grosera masturbación que una pudo transmitirles en vivo.

Pienso en esto cuando pienso en el erotismo del mal. Y una de las bellezas del trabajo sexual es que una puede navegar en toda esta mezcolanza del sexo que no solo tiene que ver con la carne y los fluidos, sino también con los objetos y los químicos narcóticos. Sin moral, sin restricciones de la salubridad. Las putas sabemos mucho de esto, y a pesar de los alarmistas higienistas respecto a las prácticas que se dan en nuestra labor, yo prefiero no hacerme el tonto y exhibir ese goce oscuro entre una herramienta de fierro y mi droga dura favorita. Si no puedo disfrutar las “maldades” de mi prostitución, entonces no podría ser puta. Pienso que al revés también, no se puede disfrutar la putez sin agenciarse el placer de lo que siempre nos han recriminado de nuestro mundo hipersexualizado y vicioso.

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Video de mi tecnomasturbacion





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