El regalo
Cada
vez que atiendo a un cliente nuevo siento que disfruto mucho mi voluntad de
experimentación. Pienso en mi puta sexualidad como un laboratorio de deseos
reprimidos. A veces me piden cosas que no acostumbro. Esta cualidad azarosa de
la prostitución, no saber qué va a querer o cómo es físicamente ni cómo acabará
es una de las cosas que más me calientan. Solo sabes que algo va a pasar con tu
cuerpo durante ese tiempo que te pagan. Por lo general mis clientes me cuentan
antes del servicio sobre su fantasía o si solo quieren follar
convencionalmente. Pero aunque me envíen al mail todos los detalles de lo que
quieran hacer conmigo y el azar pareciera estar bajo control, siempre surgen
sensaciones que no se esperan, que se disfrutan más de lo que uno imaginaba.
Un
día fue la caca. Las ganas de mi nuevo cliente tenían qué ver con mi caca. Su
mensaje decía que no era necesario que yo probara nada, pero que él quería
disfrutar lo que pudiese salir, “algún regalito que me tengas”. La idea era que
yo me preocupara de tener mis intestinos llenitos, que incluso no fuera al baño
si me daban ganas. Él me iba a pagar por cagarlo de forma “fluida y natural”
mientras me lo metiera.
Tenía
popper y pito. Yo estaba muy nervioso
sentado al borde de su cama ya desnudo. No me decía nada sobre su deseo. Yo ya
sabía lo que debía suceder. Me habló sobre su cansancio laboral y que me
pusiera en cuatro. Me fumé 3 piteadas y 2 profundas inhaladas de popper. Me chupó el culo como un perro y
bastó con toda su saliva para que entrara sin dolor.
Mi despreocupación
de si saldrá sucio el condón, y si sale sucio, que ojalá no quede tan hediondo fue
potenciada por el popper y la
marihuana. Con mi cabeza sobre una almohada y sus manos calientes agarrándome a
su ritmo me mantuve disfrutando como solo se disfrutan esos extraños momentos.
Lo único distinto ese día fue la caca. El cliente me lo metió como siempre lo
meten. Si no hubiese sido por su fascinación con el olor, con mirar lo que
rodeaba su condón y volver a oler cada vez más de cerca, hubiese sido lo mismo
de siempre. Yo terminé eyaculando sin masturbarme y el cliente me agradeció con
mucha insistencia y una propina extra.
Me
quedé boca abajo durante unos minutos disfrutando esa tranquilidad de saber que
mi caca no le molestaba, que le gustaba bastante. Sentí su respiración en mi
culo y luego la lengua; fue como un beso de perro ansioso. Me imaginaba siendo
un cachorro y que el perro más grande me limpiaba a lengüetazos. Luego se
encerró en el baño a lavarse los dientes y cuando nos despedimos me besó en la
frente y me abrazó.
No
sé si algún día llegue a ser un fanático del scat, pero esa despreocupación por la caca en el momento que te lo
meten es incomparable. A veces el sexo parece estar tan higienizado que estas
situaciones funcionan como un liberador de tensiones y hacen de la práctica
sexual algo mucho más nutritivo. A veces follar es pura preocupación por verse
bonito, andar bien perfumado y ojalá que no salga sucio o si sale sucio, que no
quede tan hediondo. Cuando el juego tiene mucho qué ver con el culo, la caca
suele ser inevitable. Y quizás, muy política también.
"Diario de un Puto" The Clinic 2015
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