El asco adquirido
No
soy masajista profesional, pero a veces me pagan por hacer masajes. Para mis
clientes lo erótico está en no saber. Mientras se relajan y fantasean solo
quieren que los toque. Ocupo sus cremas y les converso de lo que pidan. A veces
me dirigen el masaje. Casi siempre termino masturbándolos. Un día me llamó
alguien que solo quería que le tocara la espalda mientras le conversara. Hacía
calor en Santiago y me esperaba en un hotel de Bellas Artes. Cuando entré a su
habitación lo vi desnudo sobre la cama. Estaba boca abajo y debe haber pesado
unos 200 kilos. No tenía muchos pelos. Su piel se veía colorada por el calor y
le brillaba el sudor sobre su espalda y piernas. Cuando me acerqué a saludarlo sentí un intenso olor
a queso de mentira. Me pidió que me quedara en calzoncillo y que le ayudara a
quitarse la tensión del trabajo. En el velador había una botella de crema
grande y 30 mil pesos. Todos los pliegues de su cuerpo eran mucho más oscuros
que el resto de su piel. El olor era más intenso estando sobre su espalda. A
penas pude conversar mientras lo encremaba. Le hice preguntas para que él se
dedicara a hablar. Yo, entre arcadas y supuestos masajes, solo cerré mis ojos,
respirando por la boca.
El
problema fue que era muy gordo. He tenido clientes y amantes obesos, pero este
en particular era muy gordo. En el fondo me daba risa cómo seguía aguantando el
momento. Muchas veces he podido aguantar distintas situaciones asquerosas. La
monstruosidad me llama la atención, pero no significa que no me puedan dar
arcadas. Estaba seguro que me iba a terminar pidiendo que lo masturbara “un
poquito”.
Traté
de hablarle sobre mis gustos y preguntarle sobre su trabajo. Ya llevaba cuatro
chorros abundantes de crema absorbidos y el calor seguía potenciando el queso
de mentira en el aire de la habitación. Cuando me pidió que bajara, que le
masajeara “ahí”, no pude entorpecerme más y preguntarle “¿Dónde? ¿Atrás o
adelante?”. Abrió las piernas y me dijo que por todos lados pero que empezará
“ahí”. Dudé unos segundos mis opciones. Circunstancias así ponen en juego mi
calidad de prostituto, según ciertos colegas. Pero yo no pretendo ser un
profesional del sexo. A mí lo que me gusta es calentarme con mis clientes. La
posibilidad del asco con ellos no entra en el trato. La grasa puede ser
bastante sexy en ciertos cuerpos; están de moda los “osos” entre gays, pero acá
el olor y los casi 200 kilos me estaban entorpeciendo mucho.
Cuando
me dijo “tócame ahí atrás” decidí la única opción que me deja más tranquilo. Me
baje de su espalda y me puse el short. Le dije que no podía seguir. Él me
preguntó si era por ser feo. “Es por culpa de mi gusto. Nunca había estado con
alguien tan gordo. Pero es una cuestión de gustos”. No me dijo nada y le pedí
que me disculpara, que me pagara menos y que podía quedarme a conversar. Se
sentó y me dijo que soy poco profesional. Me pasó 10 lucas y me pidió que me
fuera. En la calle el sol pegaba fuerte sobre la cabeza. Hay tanta gente que le
gusta broncearse. A veces creo que si el gusto no existiera, sería mucho más
fácil putiar.
"Diario de un Puto" The Clinic 2015
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