Carne limeña




Veníamos de una disco del centro de Lima y me llevaron al Parque de los Museos. “Ahí hay sexo todas las noches”. No está repleto de árboles. Es más bien una plaza en el centro de la ciudad. Me hablaron de un sótano que tenía el parque, de las orgías que se armaban, pero que al igual que los cuartos oscuros en discos peruanas, este sótano dejó de existir. En Santiago apenas conocí el cuarto oscuro de Fausto. Fue frecuente en discos chilenas, incluso, el show de sexo en vivo durante un tiempo. Yo llegué muy tarde a la fiesta marica. Quizás para atraer a un público más “decente” y heterosexual, la tónica del negocio ha sido higienizarse, al menos, en este rincón de Latinoamérica. En días donde el sexo se sectoriza en cuartos privados y saunas gay creo que los parques se han convertido en el paraíso de quienes no tenemos el cuarto oscuro junto a la pista de baile. Si bien es cierto que el sexo en la vía pública ha existido siempre, creo que estos días de normalización sexual -ya no nos prohíben tocarnos, sino que nos prohíben tocarnos en público- follar al aire libre también significa un porno-atentado. La delicia de estas orgias es lo ilícito del acto, lo terrorista que incluso puede llegar a ser a plena luz del día. 

Esa mañana que fuimos al Parque de los Museos vimos a 6 limeños en una banca disfrutando su orgía. Uno sentado en las piernas de otro, ambos sin pantalón. Se lo estaba metiendo con la dedicación que no se acostumbra a ver a las 7 de la mañana en el centro de la ciudad. Pasaron señoras con niños por la plaza, pero este grupo sólo seguía celebrando su “falta de moral”. 

En Santiago me dediqué durante un tiempo a meterme en grupos que se armaban en un parque junto al rio Mapocho, cerca del metro Manuel Montt. Después de la disco iba con un amigo-colega. El cerro Santa Lucia es histórico en estas artes ilegales y los estacionamientos del Bellas Artes me han ahorrado moteles con ciertos clientes. Una vez tuve 4 pichulas sobre mi cara. Mi amigo-colega y yo arrodillados nos repartimos un grupo de 8, ilusionados con una enorme lluvia lechosa. Pero como en ese parque de Providencia, también en el Parque Forestal, el San Borja y otros, acá en Lima la meta no es eyacular. He probado fluidos entre árboles y vehículos, pero, a mi parecer, el sexo público tiene otra delicia mucho más intensa que una típica acabada en la boca. Como la prostitución callejera. En tiempos donde vender sexo es mucho más fácil y cómodo gracias a internet, lo que pueda suceder en una esquina por José Miguel de la Barra es mucho más calentón que hacerlo en un cómodo departamento. Acá en Lima la prostitución masculina de calle es mucho más visible que en Santiago. Es parte del paisaje en la Plaza San Martin, con el Club Nacional a un costado, desde muy temprano. Los colegas se ofrecen amablemente. “Para servirle cuando quiera”. También está el Parque Kennedy en el centro de Miraflores, uno de los barrios acomodados de Lima. A pesar de ser un parque enrejado, sigue siendo parte del paisaje cultural ver grupos de morenitos ofreciéndose. El turismo sexual es patrimonio cultural, oasis orgiásticos sin la urgencia de una moral castradora. 

Así que me uní al grupo. No pude aguantar las ganas de formar parte de ese milagro pornoterrorista. Les dije que era mi primera vez en Perú y que tenía muchas ganas de carne limeña. “Quítate el condón, sólo quiero chupártela”. Mis amigos se unieron como espectadores y yo me arrodillé. Mientras a unos metros circulaba gente muy deprisa a sus trabajos, mis amígdalas estaban adormecidas de tanto choque. Fue un espectáculo sin permiso. Ahora debo pensar cómo despedirme de esta ciudad. Espero que en Santiago siga tan entretenido el aire libre. El pornoterrorismo urbano está siendo mi nuevo vicio.



"Diario de un Puto" The Clinic 2015



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