Homosexual de mercado

Pablo Simonetti es una lata. Un escritor tradicional de una pluma poco desafiante, de una personalidad poco desafiante, de una postura política poco desafiante. Poco desafiante como su par Jordi Castell. Bien vestidito, con una palabra precisa, bien armada, elocuente, educado y soporíferamente respetuoso. Rostro principal de una fundación llamada Iguales. Fundación que pretende "(...) trabajar por la igual dignidad de todos los chilenos y chilenas mediante el reconocimiento civil y la integración política y social de la diversidad sexual”. Fundación relacionada con gente de la Concertación, bastante puritana y fomeque, más de lo mismo dentro del llorón Movimiento Homosexual. Lo que lo ha llevado a ser parte importante de tanta contingencia respecto a temitas sobre la Diversidad Sexual en un gobierno que parece querer entender la gran oportunidad que le dan estos homosexuales para subir los puntos en cada encuesta. Pues Pablo Simonetti se ha transformado también en un rostro más de la televisión chilena, nuestro jet-set criollo. La tele lo agarró y parece no querer soltarlo. Es un invitado frecuente de los noticieros y programas “serios” cuando de derechos homosexuales se trata. Y ahí está él: con su vocecita dulce, esa mirada esperanzadora de todo mesías, su trajecito bien planchado, su elegante forma de moverse, todo lo esperable de un homosexual de buena crianza, mirándonos por la cámara, atravesando la pantalla, queriendo penetrarnos el alma y así darnos paz y la fe a que todo permiso para amarnos será logrado algún día. Porque este millonario escritor es el homosexual que toda abuelita quiere, ese que las madres desean ver en sus hijos una vez asumido el problema, el que se idealiza para representar esta bendición que Dios nos dio al querer dormir con otro del mismo genital. Escritor millonario gracias a la gigantesca cadena de centros comerciales (Mall Plaza) que no hace mucho lo tiene de rostro en su publicidad, justificándose Pablito que es para promover la lectura. Entonces me pregunté cuando lo vi muchas cosas. Comencé a mirar ya no sólo con bostezos su carita de Jesucristo arcoíris; algo incongruente, una gran inconsecuencia, lo poco ético me comenzó a sonar junto a su nombre. Un dirigente social que vela por la no-discriminación de minorías sexuales como rostro de una cadena empresarial que no hace más que endeudar a todo el país y jugar con cada uno. El portavoz de quienes se sienten atropellados invitando a la dueña de casa a recargar aun más su tarjeta de crédito, invitando a participar de esa tentativa fiesta capitalista, él, un mesías homosexual con su carita de bien comportado, invitando a pudrirnos en cada gasto dentro de una cadena comercial que mas de alguna vez a discriminado a gente rara. Me hubiera escandalizado, pero sólo reafirmé algo que sospechaba con el fotógrafo Jordi Castell: la cima comunicacional no rechaza a los homosexuales, sino que rechaza la forma en que estos se desenvuelvan. Pablo Simonetti es un ubicado y por eso lo piden. El empresariado (o gobierno, que vendría siendo lo mismo) también quiere a este homosexual. Un modelo decente a seguir, lavadito y quitadito de bulla, ojalá que hable con términos técnicos y doctos sobre su “opción sexual” (u orientación, que es su discusión eterna) para así llenarse de dinero los bolsillos y seguir escribiendo libritos para recuperar el sueño y dormir profundamente. Entonces reflexioné y concluí nuevamente que los homosexuales fascistas se están tomando el poder. Hay que ser como Pablo Simonetti para que una enorme empresa te pague la vida o como Jordi Castell para ser valorado por los medios comunicacionales. Hay que caminar lentito, sin chocar a nadie, no hablar de nuestras conductas homoeróticas con palabrotas y tratar de ser lo mas parecido a los heterosexuales; hay que vestirse de blanco y cantar suavecito, comportarse en la fila y no gritar más fuerte que el otro; hay que ser fome, ubicadamente fome, normalcito y todo estará bien: respeto, mucho dinero y quizás un sagrado matrimonio nos podremos ganar. Pues yo no quiero ni puedo ser así. No me interesa ser aceptado y valorado por la hegemonía si de castrarme se trata. No me interesa unirme al enemigo ni fingir una buena crianza. No deseo ser parte del reinado que Simonetti y Castell están formando junto a tantos más, reinado donde ser homosexual no es problemático si adhieres a creencias tradicionales y conservadoras como la familia, un matrimonio. El homosexual de buena crianza se ha levantado como un modelo paternalista, queriendo enseñar a quienes deseamos monstruosamente, con amplia libertad, sin justificaciones ni negociaciones; queriendo convencernos a formar parte de un sistema donde no nos quieren acallar el sexo, sino que dirigirlo y controlarlo. En un país donde se debe pedir permiso para manifestarse y eyacular, Pablo Simonetti, rostro de una fundación llamada Iguales, nos enseña que el centro comercial es hermoso y que la tolerancia es valorable, más aun cuando debemos ser decentes y puritanos para merecerla. Ya ven: la homosexualidad fascista está de moda.

Comentarios

  1. Me estresa ver los resabios de Diego en tus escritos. EN SERIO. El tono desdeñoso y los diminutivos le restan fuerza a lo que dices, te hacen parecer ególatra.
    Estoy de acuerdo con lo que dices, aunque más que llamarla una homosexualidad fascista (que implicaría hablar de la "supremacía homosexual", o ejemplos como el nacionalismo homosexual en Holanda que no tiene NADA que ver con simonetti y sus amigos de RN), los "movimientos" e intelectualoides homosexuales son instrumentalizados por el poder, pero no hechos fascistas.

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